¡Mirad cuál amor! – Sermón #1

Un sermón de George Müller de Bristol
Un sermón predicado por George Müller en la Capilla Bethesda, Great George Street, Bristol, la noche del domingo 11 de abril de 1897.
«Mirad cuál amor nos ha dado el Padre, para que seamos llamados hijos de Dios; por tanto, el mundo no nos conoce, porque no le conoció a Él. Amados, ahora somos hijos de Dios, y aún no se ha manifestado lo que seremos; pero sabemos que, cuando Él aparezca, seremos como Él; porque lo veremos tal como es. Y todo aquel que tiene esta esperanza en Él, se purifica a sí mismo, así como Él es puro»
— (1ª Juan 3:1-3)
Debido a que necesitamos que se nos recuerde una y otra vez la verdad contenida en estos versículos, Dios dirige nuestra atención especial a esta pequeña porción prefijando la palabra “He aquí” (Mirad; en inglés behold). Como si quisiera decir: “Mis queridos hijos, toda la voluntad revelada de Dios, la totalidad de las Sagradas Escrituras, que pongo en vuestras manos, es importante para ser considerada, meditada y leída de vez en cuando; pero hay ciertos pasajes que, por vuestra debilidad espiritual y por las dificultades en las que os encontráis espiritualmente al atravesar este valle de lágrimas, necesitáis leer especialmente y sobre todo debéis reflexionar de vez en cuando; y por lo tanto, debido a vuestra debilidad, dirijo vuestra atención a tales promesas”.
Ahora, entonces, meditemos, reflexionemos particularmente en la verdad contenida en esta pequeña declaración hecha en estos tres versículos. “¡Mirad!”. “Míralo atentamente, reflexiona, ora una y otra vez, tómalo en serio aún más de lo que lo has estado haciendo hasta ahora”, nos diría nuestro Padre. “Qué amor nos ha dado el Padre, para que seamos llamados hijos de Dios”. Ese es el punto especial al que, en primer lugar, se dirige nuestra atención. Si Dios nos hubiera perdonado, de modo que el castigo no hubiera venido sobre nosotros a causa de nuestras innumerables transgresiones, y no hubiera hecho más, esto habría sido una gracia maravillosa; pero ha hecho mucho, mucho más que esto. Y por eso se dice: “Qué clase de amor”. La grandeza de esto, es que el Señor no solo ha pasado por alto nuestras innumerables transgresiones, y ha perdonado cada una de ellas, de modo que no seremos tratados según la milésima parte de los pecados de los que hemos sido culpables – es más, ni siquiera con respecto a un solo pecado, en acción, palabra o pensamiento – sino que Él nos hace sus propios hijos, nos lleva a la Familia Celestial. Nosotros, que somos por naturaleza rebeldes contra Él, y despreciamos Su amor, y no nos preocupamos en lo más mínimo por Él, y manifestamos esta total aversión y desprecio por Dios día a día al seguir nuestro propio camino, haciendo las cosas que le son aborrecibles, no solo somos perdonados, no solo no seremos castigados por un solo pecado, de los muchos decenas de miles de pecados de los que hemos sido culpables, en acción, palabra, pensamiento, sentimiento, deseo o inclinación, sino que somos hechos Sus propios hijos, llevados a Su familia, y eso no meramente de nombre, sino en realidad. Por el poder del Espíritu Santo, a través de la fe en el Evangelio, Él nos regenera, nos hace una nueva creación en Cristo, nos hace sus propios hijos. No solo nos llama así, sino que nos hace sus propios hijos. Nos da vida espiritual, vida celestial y, por lo tanto, nos convierte en sus propios hijos.
Esa es la maravillosa gracia sobre la que debemos reflexionar. Eso es lo que Dios nos pide que meditemos, que no pasemos por alto a la ligera, que no pensemos poco, sino mucho, mucho, mucho y que nunca dejemos ir de nuestra mente esto hasta que por fin lleguemos a la gloria. Esta es la “clase de amor”, el tipo de amor que “el Padre nos ha dado”. ¡Oh Señor! Ayúdanos a meditarlo mil veces más de lo que lo hemos meditado hasta ahora. ¡Oh Señor! Ayúdanos, por el poder de tu Santo Espíritu, a ponerlo en serio; y concede que, al considerarlo, al orar por ello, al ponerlo en nuestro corazón mucho más abundantemente de lo que lo hemos hecho hasta ahora, nuestros corazones se llenen de amor por Ti y de gratitud de una manera ¡que hasta ahora no ha sido el caso! Oh, concede que sea así, porque por amor de Jesucristo, te lo suplicamos.
“Mirad cuál amor nos ha dado el Padre”. Ahora, aquí hay un buen punto práctico. “Nos ha dado”; y poder decir: “Me lo ha dado”. Eso es lo que yo, por la gracia de Dios, puedo decir. Eso es lo que, por la gracia de Dios, muchos de los aquí presentes pueden decir. ¿Pero todos pueden decirlo? Esto es lo que deseo, esto es lo que oro para que Dios conceda a todos los aquí presentes, que cada uno pueda decir: “Me lo ha dado”. ¡Oh, cuán felices nos haría esto, cuán celestiales nos haría, cuán muertos para el mundo nos haría! ¡Y en un pequeño grado nos haría más parecidos a Cristo de lo que hemos sido hasta ahora! “Nos ha dado”. Que nosotros, pecadores, como somos, pecadores rebeldes, como somos por naturaleza, seamos llamados hijos de Dios – más literal y correctamente niños de Dios, porque es una bendición otorgada no solo a los creyentes varones, sino a las creyentes mujeres, sobre todos los que aman al Señor Jesús y confían en Él para la salvación de sus almas. Por tanto, que seamos llamados hijos de Dios. ¡Oh qué precioso! ¡Bendición inefable esta, que pertenezcamos a la Familia Celestial!
Por naturaleza, todos somos como los judíos, a quienes el Señor Jesús dijo en una ocasión: “Tu padre es el diablo” – “Por tus obras que haces, actúas de acuerdo con tu padre el diablo”. Ahora, esto no era solo cierto acerca de los israelitas, a quienes el Señor estaba hablando; sino que es verdad con respecto a nosotros, ya que no somos creyentes en el Señor Jesús. Podemos llamarnos hijos de Dios, y podemos llamar a Dios nuestro Padre, pero no es verdad mientras no confiemos en el Señor Jesucristo para la salvación de nuestras almas; en el momento, sin embargo, en que creemos en el Señor Jesucristo, por mucho que hayamos vivido en el pecado por mucho tiempo y por variados que sean nuestros pecados, por grandes que hayan sido, todo está perdonado, somos regenerados a través de la recepción del Evangelio, nacidos de nuevo, ¡y en verdad somos hijos de Dios y pertenecemos a la Familia Celestial!
Luego, el Espíritu Santo por medio del Apóstol añade: “Por tanto, el mundo no nos conoce porque no le conoció a Él”. Los hijos no son conocidos porque el Padre no es conocido. Mientras las personas no sean creyentes en el Señor Jesucristo, ¡no conocen a los hijos de Dios como tales! Pueden conocer su nombre, saber su ocupación, pueden saber donde viven, cómo están vestidos y cosas similares que pertenecen al hombre exterior, y que pertenecen a este tiempo presente; pero, en la medida en que son hijos de Dios, los que son inconversos no conocen a los creyentes en Jesús, y la razón se nos da aquí, “Porque no conocen al Padre” de los hijos. No conocen al Dios Todopoderoso ni al Señor Jesucristo, y por lo tanto no conocen real y verdaderamente a los hijos de Dios como hijos de Dios. Los impíos no pueden discernir la vida divina.
“Amados, ahora somos hijos de Dios”; “Amados, ahora somos niños de Dios”, – porque aquí se va a hacer la misma alteración. “¡Ahora!”. Esta pequeña palabra, “ahora”, ha de ser considerada especialmente, para asirla y para ser grandemente meditada. Significa esto, que mientras todavía se está en el cuerpo, es decir, mientras todavía se está en debilidad, acosado por muchas enfermedades en muchos aspectos, y muy ignorantes en ese estado de debilidad e impotencia en el que en mayor o menor grado están todos los verdaderos creyentes en el Señor Jesucristo, sin embargo, somos hijos de Dios; porque aunque no seamos todos como Juan, que escribió esta epístola, o como Pablo, o como Pedro, sin embargo, a pesar de todas nuestras muchas debilidades y enfermedades y fracasos y deficiencias, tan ciertamente como ponemos nuestra confianza en el Señor Jesucristo para la salvación de nuestras almas, ¡somos ya, aun estando en el cuerpo, real y verdaderamente hijos de Dios! ¡Una preciosa verdad es esta! Y en esta pequeña palabra, “ahora”, tenemos que asirnos por fe, para reflexionar en nuestro corazón una y otra y otra vez, y no dejarlo ir, ni suponer que solo nos convertimos en hijos de Dios cuando muramos o cuando el Señor Jesucristo regrese.
No, ahora ya somos hijos de Dios. Esto, como todos vosotros veis, incluso el más joven de los creyentes, implica que tenemos un Padre en los cielos, y que este nuestro Padre en los cielos no es otro que el Dios Todopoderoso, el Dios que todo lo puede, para quien nada es imposible. Mira lo precioso que es esto. ¡Nuestro Padre puede hacer todo! Por tanto, es infinitamente sabio; es infinitamente rico; Él es infinitamente poderoso; y su corazón está lleno de infinito amor por los más débiles y endebles de los hijos de Dios. Por lo tanto, supongamos que tengo dolor en el cuerpo, permíteme ir a mi Padre Celestial y hablar con toda la sencillez de un niño acerca de ello, y preguntarle, si es para Su gloria y mi verdadero bien, y provecho, y bendición, se complaciera lleno de gracia a eliminar por completo o mitigar el dolor, o, mientras sea necesario que dure, que se complazca en sostenerme bajo él para que no sea vencido por el mismo, y especialmente para que no me angustie, me queje y murmure, sino que lo tome de Su mano amorosa como una bendición que me ha otorgado, que al final debe resultarme buena.
Si estamos en una prueba familiar, deberíamos decirnos a nosotros mismos: “Esta prueba familiar no solo es muy pesada para mí, sino que resultará demasiado si tengo que soportarla yo mismo; dejaré el asunto en manos de mi Padre Celestial y le pediré que se complazca en eliminar la prueba, si es para Su honor y gloria y para mi verdadera bendición”. Él es capaz de hacerlo, porque puede hacer todo, y ha demostrado la profundidad de su amor al no perdonar a su Hijo unigénito, sino entregarlo por todos nosotros.
Entonces, nuevamente, las personas en lugares, o en negocios, o ejerciendo una profesión, encuentran dificultades relacionadas con su oficio, relacionadas con su profesión. Ahora, el gran punto no es llevar la carga sobre nosotros mismos, sino arrojarla sobre el Señor. Está dispuesto a sostenernos, dispuesto a ayudarnos; y, al hacerlo, pasamos en paz y tranquilidad por la vida, no estamos inclinados a inquietarnos, a quejarnos, a murmurar y a estar insatisfechos con el trato de Dios con nosotros, ¡si echamos la carga sobre Él y no intentamos llevarla nosotros mismos! Y esto es justo lo que debemos hacer; y esta es solo una de las muchas razones por las que el Espíritu Santo dice aquí: “Ahora somos hijos de Dios”, es decir, mientras aún estamos en el cuerpo, mientras estamos rodeados de pruebas y dificultades, mientras encontramos que el conflicto es más o menos nuestro destino. Oh, esta pequeña y preciosa palabra, “ahora”. Contiene una gran cantidad de verdad instructiva e informativa.
Nuevamente, ahora tenemos el conflicto espiritual, nuestras malas tendencias naturales todavía están en nosotros, aunque somos regenerados. La vieja naturaleza no se elimina; la vieja naturaleza permanece en nosotros, tal como estaba antes de nuestra fe en el Señor Jesucristo. Es cierto que somos regenerados, nacemos de nuevo; es cierto que tenemos vida espiritual, pero también es cierto que la vieja naturaleza no está muerta; la vieja naturaleza todavía está en nosotros, y solo puede reprimirse mediante la oración y la meditación, la meditación de la Palabra de Dios y el ejercicio de la fe continuamente. Y por lo tanto, cuando vengan pruebas con respecto a la naturaleza vieja, malvada y corrupta que hay en nosotros, debemos difundir el asunto con toda sencillez ante Dios y decir: “Padre Celestial, no tengo fuerzas en mí mismo; pero en Ti hay poder omnipotente, y Tu corazón está lleno de amor hacia mí, y Tú me has demostrado Tu maravilloso amor al llevarme a Jesús y al darme a Jesús por mí, un pobre, miserable y pecador culpable. Ahora ayúdame en este mi conflicto espiritual. No permitas que sea dominado por esta sutileza del diablo y por mi debilidad espiritual. ¡Ayúdame! ¡Ayúdame!”. ¿Qué encontraremos? ¡El Señor está dispuesto a ayudarnos! ¡¡El Señor está dispuesto a ayudarnos!!
Aseguro a mis amados hermanos y hermanas jóvenes en Cristo cómo me ha ayudado, ahora durante setenta y un años y cinco meses, innumerables veces, y particularmente al comienzo de la vida divina en mí. Debido a los malos hábitos que había contraído cuando era un joven inconverso, la forma impía en la que había estado viviendo hasta el final del vigésimo año de mi vida, encontré extremadamente difícil, aunque en realidad era un hijo de Dios y aunque odiaba el pecado y amaba la santidad, vencer esas malas tendencias que había contraído.
La apariencia era de: “Oh, nunca será diferente, y mi oración nunca será respondida”. Pero por la gracia de Dios he hecho arrojar mi carga sobre Él y he venido a Él una y otra vez. Así fue sucediendo poco a poco, y solo poco a poco; tomó algún tiempo que estas tendencias naturales fueran superadas, y Dios me ayudó. Menciono esto particularmente para el consuelo y aliento de los creyentes jóvenes recién convertidos a Cristo para que no se desesperen, sino que esperen la ayuda de Dios, porque Él puede y está dispuesto a ayudaros. Nunca, nunca, mientras vayamos al Señor en nuestra debilidad e impotencia, seremos vencidos; y solo porque somos hijos de Dios ahora, por ese motivo, es que la gloria será nuestra porción al final.
No es que nos convirtamos en hijos de Dios cuando esta vida se acaba; es más, mientras aún estamos en el cuerpo, mientras aún estamos aquí en la tierra, mientras aún estamos en gran debilidad, desamparo y gran ignorancia acerca de muchas cosas, y mientras el diablo tiene poder sobre nosotros, mientras que aún no ha sido arrojado al abismo sin fondo – incluso ahora somos hijos de Dios, y recibiremos ayuda de Dios cuando la necesitemos. ¡Oh, qué consoladora es esta palabra! Por tanto, meditémoslo continuamente y no lo perdamos de vista.
“Amados, ahora” – en debilidad; “ahora”, mientras que el diablo aún tiene tanto poder; “ahora”, mientras que en estamos en tan gran ignorancia, “somos hijos de Dios, y aún no se ha manifestado lo que seremos”. Aunque somos hijos de Dios y, como tales, tenemos muchos privilegios y podemos acudir continuamente a Dios en busca de consejo, asesoramiento, ayuda, fortaleza, liberación de las dificultades, suministro temporal y espiritual de acuerdo con nuestra necesidad, sin embargo, con todo esto, por grandes que sean los privilegios de los que ya disfrutamos, son pocos en comparación con los que tendremos en el futuro. Por lo tanto, debemos reflexionar también sobre esto, que si bien, por un lado, esta palabra “ahora” nunca debe perderse de vista, por otro lado no debemos olvidar lo que está escrito aquí: “Aún no se ha manifestado lo que seremos”.
¿Y qué es lo que se manifestará de aquí en adelante? ¿Qué es lo que yo, pobre e inútil gusano que soy, tendré en el más allá? ¿Qué es lo que yo, un ignorante, sabré más adelante? ¿Qué es lo que en mí, débil, descarriado y que caigo, se hallará en el más allá? Oh, este es un pensamiento profundamente importante. “Aún no se ha manifestado lo que seremos”, aún no se muestra lo que seremos. Oh, ¿Cómo será el cuerpo? ¿Cómo será el alma? ¿Cómo será nuestro conocimiento? ¿Cómo será nuestro poder espiritual? ¿Cómo será en cuanto a nuestro servicio para el Señor? Oh, ¿Cómo será en todos los sentidos? ¡Se nos concederá una bendición eterna, de ahora en adelante, para siempre!
“Aún no se ha manifestado lo que seremos, pero sabemos que, cuando Él aparezca, seremos como Él, porque lo veremos tal cual Él es”. Cuando Jesús aparezca, seremos como Él, como Él en cuanto a Su cuerpo glorificado, que ha tenido desde Su resurrección. Ahora, cualquiera de nosotros que a menudo sufrimos dolores corporales, o nos encontramos con debilidad y enfermedad recordándonos que aún no estamos en casa, y que aún no hemos obtenido el cuerpo glorificado, ¡Oh, cuán preciosa es la consideración de que llegará un día en que no se hallará el menor ápice de malestar, ni de dolor, sufrimiento, debilidad e impotencia, porque tendremos un cuerpo glorificado, exactamente el cuerpo que el Señor Jesucristo ha tenido desde Su propia resurrección. ¡Una perspectiva preciosa, brillante y gloriosa es esta!
Y en este cuerpo, debido a que será un cuerpo como el que el Señor Jesucristo ha tenido desde Su resurrección, no conoceremos nada de cansancio. En la actualidad, podemos ser capaces de trabajar con gozo y alegría ocho, diez o doce horas, a veces catorce o incluso dieciséis horas al día, pero al fin la debilidad viene por estar todavía en el cuerpo de la humillación, y no en el cuerpo glorificado. Pero, entonces, habrá veinticuatro horas de trabajo de aquí en adelante, y al día siguiente lo mismo, y al día siguiente lo mismo; y así siete veces veinticuatro horas a la semana la capacidad de trabajar; y treinta días al mes todo el día en condiciones de trabajar. Y así continuará, mes tras mes, año tras año, cien años tras otros, mil años tras otros, un millón de años tras otros, y así por toda la eternidad. ¡Trabajo, trabajo, trabajo! ¡Obra constante para la gloria de Dios en este nuestro cuerpo glorificado! ¡Oh, qué brillantes, benditas y gloriosas perspectivas son estas, si el corazón entra en ellas! ¡Oh, cuánto nos alegra la consideración de trabajar por la eternidad para Dios sin el menor ápice de debilidad, cansancio y sufrimiento!
Pero esto es solo una parte. La otra parte es esta: ¡Seremos perfectamente santos como lo fue el Señor Jesucristo durante los treinta y tres años y medio que estuvo en la tierra! Nunca un ápice de mal fue encontrado en nada de lo que Él hizo, nunca una pizca contraria a la mente de Dios en nada de lo que Él dijo; nunca un ápice encontrado en todos Sus pensamiento, en todos Sus deseos, en todos Sus anhelos, que fuera contrario a la mente de Dios. ¡Perfectamente en conformidad con la mente de Dios es todo lo que se encontró en Él durante todo el tiempo que el bendito Salvador estuvo aquí en la tierra! Y así será con nosotros. Nosotros, los débiles, endebles, no seremos siempre débiles y endebles, sino santos, inmaculados, puros y amados. ¡Sí, adorables! ¡Oh, qué hermosos! ¡Porque la hermosura de Cristo está puesta sobre nosotros! Oh, cuán preciosas son estas palabras; y oh, si las tuviéramos más en cuenta, si penetrásemos más en ellas, cómo estaría el corazón lleno de paz y gozo todo el día, todos los días.
Ahora bien, es a causa de esto que se hace la declaración: “Aún no se ha manifestado lo que seremos; pero sabemos que, cuando Él aparezca, seremos como Él”. ¡Seremos como Él! ¡Note la razón por la cuál será esto! “Seremos como Él, porque lo veremos tal cual Él es”. Más correctamente, “porque lo veremos tal como es”. Es decir, conoceremos perfectamente al Señor Jesucristo: en toda Su obra y en todos Sus oficios; no lo conoceremos simplemente como nuestro Juez. De esa manera los impíos tendrán que familiarizarse con Él. Todo ser humano, si no es creyente en Cristo, lo conocerá como su Juez, pero nosotros lo conoceremos como nuestro Salvador, como nuestro Hermano, como nuestro Amigo, como nuestro Esposo, como nuestro Novio.
En cada uno de los oficios que Él sostiene para beneficio de la Iglesia de Dios lo conoceremos; y, en la medida en que conocemos al Señor ahora, nos conformamos a Él, nos volvemos más y más como Él, incluso mientras aún estamos en el cuerpo. Cuanto más conocemos al Señor Jesucristo, más nos parecemos a Él; y entonces, en la gloria, conoceremos perfectamente al Bendito, ¡y seremos perfectamente como Él! ¡Qué perspectiva tan brillante y bendita es esta! Para que no solo sea sin debilidad y cansancio, dolor y sufrimiento, nuestro servicio por toda la eternidad, sino completamente de acuerdo con la mente de Dios, completamente en el mismo espíritu en el que el Señor Jesucristo estuvo trabajando mientras estaba aquí en el cuerpo, en la tierra. ¡Preciosas, brillantes y gloriosas son las nuestras! Es solo porque el mundo es tan ignorante, tan completamente ignorante, acerca de todas las cosas gloriosas que son la porción del creyente en Cristo, que no se preocupan por las cosas de Dios; porque si se supiera cuál es realmente la posición y la porción benditas de un hijo de Dios, todos buscarían conocerlo, todos se preocuparían por Él, todos creerían en Él.
Ahora, el último punto: “Y todo aquel que tiene esta esperanza en Él, se purifica a sí mismo, así como Él es puro”. En primer lugar, en cuanto al significado literal algo más correcto, “todo aquel”, es decir, “todo el mundo”, “que tiene esta esperanza en Él”. El significado no es: “Tener esta esperanza en sí mismo”. Ese no es el significado de esto, sino “tener esta esperanza en cuanto al Señor Jesucristo”, que, mediante la fe en Él, será perfectamente como Cristo en el cielo. “Todo el que tiene esta esperanza en Él, o acerca de Él, se purifica a sí mismos, como Él es puro”. Es decir, como en todos los sentidos la verdad tiende a aumentar la santidad, aquí repetimos nuevamente la afirmación. Cualquiera que tenga esta esperanza con respecto al Señor Jesús, ser hecho como Él en cuerpo y alma; todo el que tiene esta esperanza en Él, se purifica a sí mismo. Tiene una tendencia a hacernos cada vez más santos, porque así como nos familiarizamos con Cristo y vemos lo que Dios nos ha dado en Él, más sabemos de esto clara, distinta, minuciosa y más plenamente aumenta la santidad en nosotros, para que estemos satisfechos con nada menos que esto, para que podamos llegar a ser cada vez más como Cristo.
No lo alcanzamos plenamente mientras estamos en el cuerpo; sin embargo, este será nuestro objetivo: cada vez más, más y más ser como Cristo. No estamos satisfechos con esto, que tenemos poder sobre nuestros pecados naturales y graves; no estamos satisfechos con esto, sino solo que en espíritu, en mente, cada vez más, somos como Cristo, gentiles y cariñosos. Oh, cómo buscamos cada vez más alcanzar esto deseándolo fervientemente cada vez más; buscando en todo sentido llegar a ser como Cristo. Y aunque nunca se alcanzará en su totalidad mientras estamos en el cuerpo, es imposible decir hasta qué punto podemos, incluso mientras estamos en el cuerpo, llegar a ser como Cristo.
Ahora, que esta sea la gran lección que aprendamos esta noche, que debido a que ya somos hijos de Dios, la bendición, la maravillosa bendición, debe obtenerse de nuestro Padre Celestial; y que, debido a la perspectiva que tenemos ante nosotros, es imposible decir hasta qué punto no podemos llegar a ser como Cristo. Ahora bien, ¿Vosotros que no sois creyentes en Cristo continuaréis siempre en el camino en el que habéis estado yendo hasta ahora? ¿No habrá cambio? Si continúas por el camino ancho, ¡la destrucción final será tu porción! ¿Deseas pasar una feliz eternidad junto al Señor en el cielo? ¡Oh, qué deleite será para muchos al final no ver faltar a ninguno en el cielo de los que están aquí presentes!
Este es un interés personal que tengo en tu bienestar espiritual, y por amor a tu alma, anhelo encontrarte en el cielo; y ¡Oh, cómo aumentaría nuestro gozo y deleite en el cielo al no encontrar que ni uno falta, para descubrir que esta, nuestra pequeña meditación en la tarde del 11 de abril de 1897, no fue en vano! ¡Oh, qué precioso encontrarlo así al fin! Y ahora, ¿hay alguien presente que diga: “Aún tendré el mundo; seguiré buscando disfrutar del mundo?”. No estarás feliz con esta determinación; estoy bastante seguro de eso. Oh, probé tus caminos durante veinte años y cinco semanas, y todo lo que obtuve fue una decepción y un aumento de la culpa en la conciencia. Pero cuando encontré a Jesús, vino la verdadera felicidad. ¡Oh, tal felicidad que no puedo describir! Eso fue a principios de noviembre de 1825, y lo he sentido desde entonces, solo que con esta diferencia, la felicidad aumentó cada vez más, más y más.
Y eso es lo que Dios está dispuesto a darte; porque supongo que no hay un pecador más grande aquí presente que yo, aunque con veinte años de edad, Dios me otorgó esta maravillosa bendición; y lo que hizo por mí, y lo que hizo por Pablo, y lo que hizo por otros pecadores, está dispuesto a hacer por cualquier otro.
Por tanto, sea Cristo a quien elijas, y ya no el mundo; porque el mundo nunca resultará real, pero, si continúa en él, traerá condenación. Dios conceda su bendición, por el amor de Jesucristo.
Este sermón se trata de una traducción realizada por www.george-muller.es del documento original proporcionado por The George Muller Charitable Trust, fundación que sigue el trabajo comenzado por George Müller y que actualmente trabajan en Bristol, concretamente en Ashley Down Road, y que se dedica a promover la educación, el cristianismo evangélico y ayudar a los necesitados. Para más información, puedes visitar su web www.mullers.org