Abre bien tu boca, y yo la llenaré – Sermón #2

Un sermón de George Müller de Bristol
Un sermón predicado por George Müller en el Gospel Hall, carretera San Nicolás, Bristol, el domingo por la mañana del 10 de enero de 1897
“Yo soy el Señor tu Dios, que te saqué de la tierra de Egipto; abre bien tu boca, y yo la llenaré”
— (Salmo 81:10)
Esta es una figura que todos entendemos, “Abre bien tu boca, y yo la llenaré”; es decir, “Pídanme grandes bendiciones, grandes bendiciones, y estoy listo para otorgarlas”. ¡Oh, qué preciosa y gloriosa promesa en el comienzo del Nuevo Año, para pobres débiles como nosotros! “Abre bien tu boca, y la llenaré”. El punto principal es aplicar esto a nuestras diversas situaciones particulares, y a las circunstancias en que nos encontramos.
A menudo encontramos que el obstáculo para la respuesta a la oración está en nosotros mismos, porque nuestros corazones no están preparados aún para recibir una bendición. Ahora, en relación con este versículo, “Abre bien tu boca, y yo la llenaré”, me referiré, para consuelo y aliento de mis amados amigos cristianos, a mi propia experiencia en relación con la obra de los huérfanos, a fin de que todos puedan ser cada vez más consolados y animados a esperar grandes cosas de las manos de Dios. Hace ahora 68 años que mi corazón fue grandemente probado, cuando una y otra vez vi a mis queridos niños perder a ambos padres, y no había nadie que tuviese un interés real y profundo en su bienestar.
Lo sentí mucho por esos niños desconsolados, y me dije una y otra vez: “Ojalá tuviera una pequeña institución para huérfanos a la que pudiera llevar a estos niños”. Pero el deseo permaneció por muchos años solamente como un deseo, aunque oré mucho al respecto. En noviembre del año 1835 ocurrió una circunstancia particular, a través de la cual se me hizo saber cómo poder hacer algo por los huérfanos desamparados, y comencé a orar con más fervor que nunca antes que le agradara a Dios guiarme y dirigirme sobre si debía iniciar una pequeña institución de huérfanos. Así oré mes tras mes, y finalmente tomé la decisión de que haría algo en ese sentido; y aunque puede que nunca tuviera un principio tan pequeño, yo le haría tener un comienzo.
Después de haber tomado esta decisión, pasé una noche – es decir, la del 5 de noviembre de 1835 – leyendo las Escrituras, y, como es mi costumbre desde julio del 1829, leyéndolas consecutivamente. Es decir, no escogiendo aquí y allá una pequeña porción y leyéndola, o algunos versículos aquí y allá, o medio capítulo aquí y allá, sino en línea recta, a través de todo el Antiguo Testamento y luego a través del Nuevo Testamento. Luego, habiendo terminado toda la Santa Biblia, comenzando de nuevo desde el principio, y así sucesivamente. Este ha sido mi hábito desde julio de 1829, y he leído cuatro veces al año toda la Biblia, con oración y meditación, y especialmente meditando en relación a mí mismo. ¿Cómo te consuela esto? ¿Qué te enseña? ¿Cómo te advierte? ¿Cómo te reconviene y reprende? Así leo las Sagradas Escrituras con respecto a mí mismo.
Ahora bien, simplemente recorriendo la Biblia, llegué, en ese momento, a este salmo 81 y a este versículo 10, “Yo soy Jehová tu Dios, que te saqué de la tierra de Egipto; abre bien tu boca, y yo la llenaré”. Cuando leí este versículo, dejé la Biblia, me dirigí a la puerta de mi habitación y la cerré, y luego me tiré al suelo y comencé a orar. Le dije a mi Padre Celestial: “Solo te he pedido, Padre Celestial, que me muestres si debo comenzar la obra de los huérfanos o no. Te has complacido en dejarme eso claro, y ahora ‘abriré bien la boca’, complácete en ‘llenarla’. Dame, mi Padre Celestial, una casa adecuada para comenzar la obra; dame ayudantes adecuados para cuidar a los niños; y dame mil libras esterlinas para empezar”.
Mil libras era una suma muy grande en ese momento. En la actualidad es una suma muy pequeña para mí, porque muchas veces tengo que pagar en un día – ¿mil libras? No, no solo mil, sino 2000 o 3000 en un día; sí, una y otra vez 4000, 5000 y 6000 libras en un día. Pero en ese tiempo mil libras era una gran suma para mí. Sin embargo, esperaba conseguirlo, aunque no sabía cómo. Esperaba recibirlo de mi Padre Celestial en base a esta promesa. Al día siguiente recibí un chelín de un misionero alemán que se alojaba en mi casa. Por seis meses tuve, quedándose en mi casa, a seis misioneros, hermanos y hermanas, y uno de estos hermanos me dio un chelín. Otro misionero alemán que se quedó en mi casa, de los seis, me dio otro chelín. Este fue el primer dinero que recibí en relación con las mil libras.
Cada uno de vosotros dice: “Un comienzo muy pequeño”; pero fue un comienzo. Recibí también el mismo día un segundo regalo, un armario muy grande para la casa que iba a abrir para los huérfanos desamparados. Entonces yo seguí orando, y poco a poco fui recibiendo más; y muy pronto hubo una respuesta especialmente extraordinaria a la oración. Había una hermana asociada con nosotros, una costurera. Ella ganó por su aguja media corona, o tres chelines, o tres y seis; pero lo máximo que ganó de vez en cuando fueron cinco chelines, no más. Y esta hermana débil y afligida, esta costurera, me envió 100 libras para la obra de los huérfanos. No lo aceptaría. No supe cómo sucedió esto, que esta pobre, débil hermana, que ganaba tan poco, me enviara 100 libras.
Por tanto, mandé buscarla y tuve una entrevista con ella. Descubrí que su abuelo había muerto, y por una herencia, que había dejado a sus hijos y nietos, este dinero había llegado a ella. La suma que se le había dejado era de 480 libras, y de esto daría 100 libras para la obra de los huérfanos. Cuando la vi, le dije: “No puedo aceptar sus 100 libras, porque me temo que ha hecho todo esto apresuradamente y puede que se arrepienta después, y eso sería un triste incidente. No puedo aceptar este dinero”. Ella dijo: “No lo he hecho con prisa; lo he considerado bien; he orado mucho por eso. Debo rogarle que acepte el dinero. Mis hermanos y hermanas dieron cada uno a mi madre 50 libras del dinero que habían heredado; pero, como yo soy creyente en el Señor Jesucristo, le di a mi madre 100 libras. Después mis hermanos y hermanas pagaron las deudas que mi padre tenía cuando murió, aunque no estaban obligados a hacerlo; pero se pusieron de acuerdo con los acreedores, los taberneros a los que debía el dinero porque le gustaba beber, que darían cinco chelines por libra.
“Ahora bien, aunque mi padre no hizo lo que debería haber hecho al contraer estas deudas en las tabernas, sin embargo, él era mi padre, y yo soy una hija de Dios, y debo honrar a mi padre, aunque no caminó como debería haberlo hecho, y estuve de acuerdo con estos taberneros en que les devolvería la totalidad de su deuda. Así que fui y pagué los quince chelines por libra que mis hermanos y hermanas no habían pagado. Así que debes tomar las 100 libras. Me siento profundamente interesada en tu intención de abrir una pequeña institución para huérfanos que preferiría dar la totalidad del dinero antes de que no suceda; y para mostrarte que lo hago después de mucha consideración, aquí están no solo las cien libras, sino cinco libras más, las cuales le pido que dé a los pobres como prueba de que lo hago de todo corazón y lo he considerado bien”.
Bajo estas circunstancias, vi cómo esta piadosa hermana había sopesado bien el asunto, y tomé las cien libras como una donación en el plan de Dios. Y así poco a poco, y con gran ayuda de algunos, llegó el dinero y pude abrir una casa grande en Wilson Street, en el distrito de St. Paul, con la ayuda sumamente útil de dos hermanas que se entregaron al trabajo, una como maestra y la otra como costurera. Así pude acondicionar y amueblar una casa, y tenía una pequeña suma en la mano para comenzar. La casa ya estaba lista, y se estableció un día en el que se recibirían las solicitudes para la acogida de huérfanos. Fui a la oficina. Había designado dos horas para ver a los familiares de huérfanos indigentes. Me senté allí media hora. Nadie vino. Me senté una hora y media. Me senté dos horas. Nadie vino a hacer una solicitud para los huérfanos y tuve que irme sin una sola petición.
De camino a casa, me dije a mí mismo: “He orado por todo, pero nunca le he pedido a Dios que me envíe huérfanos”. Porque di por sentado que había decenas, cientos y miles de huérfanos en Inglaterra, y que los huérfanos vendrían por cientos. Pero la Palabra de Dios dice: “En toda oración y ruego, den a conocer sus peticiones a Dios”.
Había orado por la casa adecuada, por los ayudantes adecuados, por el dinero; y, cuando hube terminado la casa, oré por los muebles, por casi todos los artículos. Pero nunca le había pedido a Dios que enviara huérfanos. ¡Vaya! Me arrojé al suelo ante Dios y confesé que me había equivocado en este asunto, y le pedí perdón y le pregunté si, después de todo, me había estado engañando a mí mismo, y, si Él sería más glorificado haciendo desaparecer todo este asunto antes que yo lo consiguiera por medio de una institución de huérfanos – entonces que hiciera desaparecer todo esto. Si Él pudiera ser más glorificado, me regocijaría.
Pero no pude evitar pensar que sería para la gloria y honra de su Nombre si Él lo llevara a cabo, y le pedí que me enviara huérfanos. A la mañana siguiente, a las once en punto, fui de nuevo y antes de que pasara un mes habían hecho la solicitud 42 huérfanos, aunque la casa solo era lo suficientemente grande para 30. Así que Dios respondió la oración y la casa se llenó. Seis meses después abrí una segunda casa para 36 niños. Esa se llenó muy pronto. Doce meses después abrí una tercera casa para 30 niños. Esa se llenó, y poco tiempo después abrí una cuarta casa para 30 niños más. Ahora tenía 125 huérfanos, con once ayudantes que trabajaron entre estos niños.
Pero las solicitudes continuaron llegando. Por lo tanto, sentí que debía construir una casa lo suficientemente grande para albergar a cientos de huérfanos. Pero esto costaría una inmensa suma de dinero. Sin embargo, dije: “El Señor puede dármelo”, y durante trece semanas oré por el terreno. El Señor me lo dio en Ashley Down. Luego seguí orando por dinero, ya que quería construir una casa para 300 huérfanos. Poco a poco entró. Empecé la casa. La casa estaba terminada. Todo estaba pagado, aunque costaba más de 15.000 libras. Sin embargo, tenía 676 libras de más después que todo fue pagado. Pero la casa pronto se llenó y las solicitudes aumentaron cada vez más.
Entonces dije: “Señor, ¿qué quieres que haga?”. Y después de mucha oración, iba a seguir construyendo alojamiento para 700 más, de tal manera que pudiera tener 1000 huérfanos bajo mi cuidado. Ahora, cuando tenía nada más que 30 libras en mi mano, el diablo dijo, y lo hizo circular, que yo tenía 30.000 en mano. En vez de decírselo a los periódicos, diciendo que era una mentira de Satanás, simplemente hablé con mi Padre Celestial: “Señor, tú sabes que esto es una mentira de Satanás; frústralo; Señor, frústralo e influye en los corazones de tus hijos para que me ayuden”. Así que poco a poco fue entrando el dinero, y después de varios años ¡hubo otra casa con todo pagado, y una tercera casa para 350 más!
Aquella también se terminó. Ahora tenía alojamiento para 1.150 huérfanos y, después de todo, estaba pagado, ¡quedando entre dos y tres mil libras de más en mano! Pero cabe decir que ¡todavía había novecientos huérfanos esperando a ser admitidos! Tenía alojamiento para 1.150, pero 900 estaban esperando todavía. Entonces oré: “Señor, ¿qué quieres que haga? No quiero casas para huérfanos, pero si me ayudas a seguir adelante, aquí tienes a tu siervo, y estoy listo”. Así pues, comencé dos casas más, cada una para 450 y así acomodar a los 900 que estaban esperando. Y allí estaban las casas después de algunos años, erigidas a un precio de 60.000 libras. Ahora estas cinco casas acogen a 2.050 huérfanos, y tengo alojamiento para 112 ayudantes y asistentes como matronas, maestras, etc., para los huérfanos indigentes. ¡Y en todo Dios se ha complacido en darme, simplemente en respuesta a mi oración, 1.416.000 libras! ¡un millón, cuatrocientas dieciséis mil libras esterlinas, sin pedir ni a un solo humano.
No hay nadie en toda esta ciudad, que pueda decir que alguna vez les pedí un centavo; no hay ninguno, en toda Inglaterra, que pueda decir que alguna vez le pedí un centavo; no hay ninguno debajo del cielo, en todo el mundo, que pueda decir que alguna vez le pedí un centavo. A Dios, y solo a Dios fui; e hice esto porque supe desde mi conversión que una de las mayores necesidades para la Iglesia de Dios en general era un aumento de la fe. Por eso, decidí dedicar toda mi vida a esta gran lección, para que la Iglesia de Dios la aprenda y el mundo en general la aprenda: real, verdadera, duradera dependencia de Dios.
Así llevo ya 68 años, no solo con respecto a la obra de Dios, sino con respecto a mis propias necesidades temporales y las de mi familia, y he puesto toda carga en Dios, y Dios una y otra vez me ha ayudado. También me ha llevado a la fundación de muchas escuelas. He tenido 117 escuelas bajo mi dirección en Inglaterra, Escocia, India, el Estrecho de Malaca, Guayana británica, Demerara, Guayana esequiba, Belice, en España, en Francia, en Italia, y en otras partes del mundo. Y en estas escuelas se han educado 122.000 jóvenes. Ciento veintidós mil jóvenes; y de entre ellos, más de 20.000 se han convertido que sepamos. En el cielo espero encontrarme con más de 40.000 o 50.000, pero sabemos que más de 20.000 se convirtieron mientras estaban en las escuelas, los maestros han dado informes. A veces cincuenta y sesenta en medio año en una sola escuela han sido llevados al conocimiento del Señor, y así Dios ha ido bendiciendo abundantemente la obra.
Luego, con respecto a la circulación de las Sagradas Escrituras, Dios ha bendecido abundantemente eso. Hasta 279.000 biblias en varios idiomas se me ha permitido poner en circulación, y 1.440.000 nuevos testamentos, 21.000 ejemplares del libro de los salmos y 222.000 de otras porciones. Y Dios también bendijo abundantemente esta parte de la obra, especialmente en España, Italia e Irlanda. Así que, como misionero, he podido ayudar a un gran número de misioneros y ayudantes, y he gastado 258.000 libras solo en misiones. La cuestión de la circulación de tratados también se abordó especialmente en mi corazón, y Dios me ha concedido el privilegio de hacer circular 109 millones de libros bíblicos, panfletos y tratados – no 109 mil, sino mil veces más. Ciento nueve millones de libros, folletos y tratados en varios idiomas – tantos que en este gran salón no cabrían, ¡y 400 caballos de carreta no podrían arrastrarlos! Hasta tal punto han circulado tratados y libros.
Miles de almas han sido traídas a Jesús por medio de los cuatrocientos o quinientos misioneros a los que he tratado de ayudar, y en cuanto a la obra de los huérfanos, he podido recibir 9.750. Eso puede parecer un número pequeño en comparación con lo que podemos tener al mismo tiempo en las casas. La razón es esta: tenemos a los niños y niñas huérfanos desde sus primeros días, y a menudo tenemos niñas en las casas durante quince, dieciséis o incluso diecisiete años. En unos pocos casos más de diecisiete años. Esa es la razón por la que el número ha sido comparativamente tan pequeño, aunque tenemos el alojamiento de la mayor institución de huérfanos bajo el cielo. No hay una segunda institución de huérfanos en todo el mundo tan grande como la de Ashley Down. De estos 9.750 huérfanos, entre 4.000 y 5.000 han sido traídos al conocimiento de Jesús; más de 2.000 ya están en el cielo; más de 2.000 están recorriendo varias partes del mundo como creyentes, y nosotros en la actualidad tenemos más de 1.000 creyentes en las casas de huérfanos.
Un punto más para su ánimo y para que mis amados amigos cristianos puedan ser inducidos una vez más a entregarse a la oración, especialmente por la conversión de los pecadores. Cuando vine a Bristol, de lo cual han pasado ya sesenta y cuatro años y siete meses, y nos conocimos por primera vez en el partimiento del pan en la cena del Señor, éramos siete. Eso era todo, siete de nosotros. Desde entonces han sido recibidos por nosotros como iglesia, más de 6.000 en comunión. Que este sea otro aliento para seguir adelante. Y si se toma en cuenta las iglesias que han surgido de la iglesia en Bethesda, ¡oh, cuántos miles más! De modo que esto es un gran estímulo para la oración. Siete, en el primer encuentro alrededor de la mesa del Señor. Y ahora mire a los muchos, muchos miles que se han convertido desde entonces y han recibido la mesa del Señor.
¿Hay alguno aquí que aún no haya creído? Vea lo que Dios está dispuesto a dar en respuesta a la oración. Vea lo que Él está dispuesto a darle, mi querido joven, mi querida joven, y vosotros, amigos mayores. Si alguno de vosotros no conoce al Señor, vea lo que Dios está dispuesto a hacer en respuesta a su oración. Soy un pobre miserable pecador, que no merecía nada más que el infierno, pero mira lo que Dios le ha dado a un pobre pecador miserable, simplemente por el amor de Cristo. Confío en Él y lo que me ha dado, está dispuesto a dártelo a ti. Oh, espera bendiciones de Él, y Él te las dará si las buscas con ferviente oración.
Por ejemplo, ¿son débiles y endebles en cuanto al cuerpo, sufren dolor o necesitan algo en referencia a su salud? Este texto se aplica a ellos: “Abre bien tu boca, y yo la llenaré”. El mismo contexto en que se encuentra este versículo nos da la seguridad de que tendremos la bendición en la forma y el tiempo de Dios, porque fue Él quien sacó, en las circunstancias más difíciles, a los israelitas de Egipto. Ni el faraón ni sus siervos los dejaron ir; los habían mantenido durante mucho tiempo como esclavos que trabajaban continuamente en las circunstancias más difíciles. Todo lo que nos dice la Escritura se les hizo con severidad, ya fueran ladrilleros o trabajaran en los campos o estuvieran construyendo ciudades de piedra para Faraón. Nada se evitó de ese trato.
Jehová le dice a Faraón a través de Moisés y Aarón: “Déjalos ir”. La respuesta del faraón es contra Jehová: “Yo no conozco a Jehová; no pretendo dejarlos ir”. Luego, esta solicitud es repetida y denegada, y viene un juicio sobre él, pero no le importa. Viene un juicio después del otro, y un juicio tras otro aumentó; pero no los dejó ir. Por último viene el más terrible de todos los juicios. En todas las casas del país uno es arrebatado, el primogénito de toda la tierra es asesinado en una noche por el ángel destructor que pasó por la región. Ahora a los israelitas se les permite ir; sí, expulsados del país por temor a que todos los hombres del país muriesen si no los dejaban ir.
Así que vemos lo que Dios puede hacer en favor del hombre, viendo que Él, bajo esas circunstancias, pudo sacar del estado de servidumbre y esclavitud a cientos de miles de israelitas. Y no meramente se ve el poder de Jehová en este versículos, sino también su amor. ¿Quiénes eran estos israelitas? ¿Eran ellos mejor que los egipcios? Decididamente eran peores que los egipcios, porque tenían más conocimiento que los egipcios y, sin embargo, eran un pueblo terco, rebelde, duro y perverso. Pero a pesar de todo eso, Jehová los saca del país por el amor que les tiene y por razón del pacto en el que había entrado con Abraham, Isaac y Jacob, y porque Él es Jehová, el Dios que guarda el pacto. Ahora bien, en todo esto, ¿no podemos ver un aliento especial respecto a nuestro propio caso? Por tanto, si necesitamos algo en referencia a nuestro cuerpo, vayamos a nuestro Padre Celestial. ¿Necesitamos algo en referencia a nuestros asuntos familiares? ¿Probado por nuestros hijos? ¿Probado, muy probado quizás, por el esposo o la esposa o quizás por nuestros parientes? ¡Traigamos estas cosas delante de Dios! De nada sirve quejarse, hablar de ello entre unos y otros; no, en lugar de murmurar, lleve este asunto a menudo ante Dios en oración, mire a Él en busca de ayuda y apoyo, y ruegue una y otra vez que, en las riquezas de su gracia, te libere de tus pruebas.
Por otra parte, en referencia a nuestros negocios, nuestra ocupación terrenal, nuestra profesión, ¿hay alguna prueba en particular? ¿Existen dificultades concretas? En lugar de hablar y preocuparse continuamente por la competencia, los tiempos difíciles, los trapicheos manifiestos en oficios y negocios, el asunto debe llevarse al Señor. Comportándonos dócil, callada, gentil y sumisamente bajo las circunstancias y, de nuevo, llevar el asunto ante Dios y dejarlo allí. ¡Y deberíamos hallar que este es el mejor remedio que podría usarse! Y no solamente se puede aplicar esto para asuntos temporales, sino para cosas espirituales también. Por ejemplo, en nuestro conflicto espiritual no hay nada mejor que recuerde esta misericordiosa y preciosa promesa: “Abre bien tu boca, y yo la llenaré”. Nosotros sentimos las malas tendencias naturales dentro de nosotros, luchamos contra ellas, buscamos superarlas y encontramos que nosotros mismos somos demasiado débiles, pero Dios puede ayudarnos, y de estas cosas nos sacará. Nuestro texto dice: “Abre bien tu boca, y yo la llenaré”, por lo que nos anima a acercarnos a Dios y pedirle grandes bendiciones con respecto a estas cosas, y encontraremos cuán dispuesto está a ayudarnos para que el orgullo y la altivez, el descuido y la pereza, la complacencia en las malas tendencias naturales, puedan ser superadas por el poder del Espíritu Santo de Dios.
Luego, en referencia a nuestro trabajo y labor y servicio para el Señor, como maestros de Escuela Dominical, como distribuidores de tratados, como visitantes de enfermos. En todos estos asuntos podemos obtener ayuda de Dios. En nuestra extrema debilidad, busquemos ayuda de la manera correcta. Como maestros en la Iglesia de Dios, como pastores, como obreros espirituales de alguna manera, se puede obtener una ayuda maravillosa de Dios en respuesta a la oración, así que si “abrimos bien la boca” encontramos el texto cumplido.
El segundo punto en conexión con esto es especialmente importante. “Él la llenará”. “Abre bien tu boca, y yo la llenaré”. “Yo la llenaré”. “Yo la llenaré”. No se dice “Quizás la llenaré” o “Veré si lo haré o no”. Ninguna promesa de este tipo. Él no dice: “Si haces esto o aquello, la llenaré”. No tenemos que llenarnos la boca después de haberla abierto de par en par; es decir, no tenemos por nuestro propio poder, habilidad y destreza lograr el cumplimiento de esta promesa. Tenemos que dejarle esto a Dios. Lo hará. No tenemos que mirar a nuestros semejantes para obtener la respuesta a la oración, como suele suceder en parte a los queridos hijos de Dios. Ellos miran a sus semejantes, en vez de tener el ojo fijado en el poder omnipotente de Dios y su corazón amoroso; ellos miran a sus semejantes para responder a sus oraciones. “La llenaré”, dice. No tenemos que mirar a las circunstancias ni al azar en las cosas y asuntos cotidianos, sino a Dios mismo debe ser dirigido nuestro ojo. “Yo la llenaré”. “Yo la llenaré”.
En tercer lugar, no debemos desanimarnos porque nuestra boca no se llene de inmediato; nosotros no tenemos que desanimarnos porque la respuesta no llegue inmediatamente. Amados hermanos y hermanas en Cristo, tengan siempre presente el hecho de que en relación con las muchas cientos de promesas que nos han sido dadas en conexión con la oración, en el Antiguo y Nuevo Testamento de las Sagradas Escrituras, no se encuentra ni un solo pasaje donde Dios haga en conexión con esta promesa una declaración respecto al tiempo en que la cumplirá. Simplemente dice en todas partes: “Lo haré”, “La responderé”. Él nunca dice: “En ese momento responderé”, “En ese momento llenaré tu boca”, sino que Él simplemente dice: “Lo haré”. Y muchas veces, Dios establece la demora para que cuando llegue la respuesta pueda ser mucho más hermosa y adecuada para nosotros que si la respuesta nos hubiera sido dada de inmediato. Sí, y otro motivo, para que por el ejercicio de la fe y la paciencia, la fe y la paciencia puedan desarrollarse más y aumentar más y más. Hay otra razón, una tercera. Para que mediante el ejercicio de la fe y la paciencia, glorifiquemos a Dios. El mundo mira para ver cómo vamos a comportarnos bajo pruebas y dificultades especiales y qué vamos a hacer. Ahora, si nos encuentran esperando sin inquietarnos, sin quejarnos, y especialmente sin murmurar, entonces pueden percibir que estamos buscando las cosas de Dios, y esto también puede conducir a la bendición. Así, mediante tal comportamiento fortalecemos las manos de nuestros semejantes.
Y a menudo en la experiencia de los hijos de Dios, las respuestas a la oración se retrasan porque sus corazones aún no están preparados para recibir la bendición. Te daré una ilustración. Supongamos que hay un joven converso que va a trabajar en la Escuela Dominical; ha escuchado mucho acerca de las respuestas a las oraciones, y anhela las respuestas a las oraciones, y comienza a orar para que agrade a Dios muy pronto convertir a todos los niños de su clase. Va el primer domingo; no encuentra que todos estén convertidos. Va el segundo domingo, el tercero y el cuarto domingo, y no se cumple. Ahora es probado y se angustia. Se dice a sí mismo: “Oro tanto para que todos los niños bajo mi cuidado en la clase se conviertan, y sin embargo voy domingo tras domingo y permanecen inconversos”. ¿Cómo es que sucede esto? La razón es porque este querido hermano aún no está preparado para recibir la bendición, porque si la clase llegara tan fácilmente al conocimiento del Señor Jesucristo, él se atribuiría el mérito y comenzaría a verse a sí mismo y a decir lo excelente maestro que es, y cuánto podría lograr en la conversión de esos estudiantes, en lugar de que todo se haga por el poder del Espíritu Santo. El corazón aún no está preparado para recibir la bendición; por lo tanto la bendición se retrasa. Pero que este amado hermano joven siga esperando en Dios, llegando cada vez más a ver que no puede hacer nada en el camino de convertir a los pecadores, que todo debe ser realizado por el poder del Espíritu Santo y, entonces, cuando se dé la bendición y la clase se convierta, estará preparado para dar toda la honra y gloria a Dios.
Así pues, con frecuencia nos encontramos con que el obstáculo para la respuesta a la oración reside en nosotros mismos, porque nuestros corazones aún no están preparados para una bendición.
Este sermón se trata de una traducción realizada por www.george-muller.es del documento original proporcionado por The George Muller Charitable Trust, fundación que sigue el trabajo comenzado por George Müller y que actualmente trabajan en Bristol, concretamente en Ashley Down Road, y que se dedica a promover la educación, el cristianismo evangélico y ayudar a los necesitados. Para más información, puedes visitar su web www.mullers.org