El Evangelio en el Espíritu Santo – Sermón #33

Un sermón de George Müller de Bristol
“Nuestro evangelio no llegó a vosotros solo en palabras, sino también en poder, y en el Espíritu Santo, y en mucha certidumbre; como sabéis qué clase de hombres fuimos entre vosotros por causa de vosotros” — (1ª Tesalonicenses 1:5)
“Nuestro evangelio”. Esto es, simplemente, el evangelio que predicamos. No hay más que un evangelio, el evangelio de la gracia de Dios, las buenas nuevas de que Dios dio a su Hijo Unigénito, – quien se dio a sí mismo por nosotros, quien padeció y fue molido por nosotros, y murió por nuestros pecados. Esto es lo que debemos creer. El pecador que cree en Jesús, – sí, el más vil, el más endurecido, el más antiguo pecador -, obtendrá de inmediato el perdón de sus pecados, el perdón total de los mismos, sin tener que hacer obra alguno, sino que tal como es, debe venir, y solamente recibir lo que Dios tiene para dar en la persona de su propio Hijo amado, que en nuestro lugar murió por nosotros, pecadores indignos y culpables.
Este evangelio, dice el apóstol, “no vino solo en palabra, sino en poder”. No solo como una declaración; ni siquiera como una mera declaración clara y bíblica, sino en energía espiritual, en poder espiritual. Tal poder se debe obtener por una vida santa y de oración, por lo cual, incluso ahora, los creyentes pueden ser llevados a tal estado que de ellos fluyan ríos de agua viva.
Llegó además a ellos “en el Espíritu Santo”, saber, el evangelio estaba, por así decirlo, rodeado por el Espíritu, y acompañado por Su poder, aunque pronunciado por labios mortales y pecadores. Solo cuando el Espíritu Santo obra será eficaz el evangelio. Debemos, por lo tanto, sobre todo, buscar por medio de la oración ferviente y frecuente, el poder del Espíritu Santo.
Este “poder”, en conexión con el ministerio de la Palabra, no solo debe ser buscado por los predicadores públicos, o por los que ministran congregaciones establecidas, sino también por los visitantes de distrito, los distribuidores de tratados, los maestros en las escuelas, los profesores, los padres; por toda clase de creyentes, ya que este “poder” es el resultado de un caminar santo y una vida de oración. Todos los creyentes deben buscar ganar almas para Cristo. Ninguno debe contentarse con ir solo al cielo.
Pero si queremos trabajar con éxito para Dios, debemos tener “poder”, y no podemos tener este poder espiritual sin mucha oración; también debemos ser especialmente cuidadosos de no permitir nada que sepamos que es odioso para el Señor. Así seremos “vasos aptos para el uso del Maestro”, pero solo así tenemos derecho a esperar ser usados por el Señor.
El oficio de apóstol nunca lo podremos tener, pero este estado espiritual del corazón que el apóstol tenía, podemos tenerlo; sí, debemos tenerlo, y en la medida en que lo tengamos, el evangelio que predicamos vendrá con poder y en el Espíritu Santo. No es lo mucho que hacemos, el número de visitas que hemos hecho, o el número de tratados que hemos distribuido; no es la cantidad, sino la calidad de nuestro servicio lo que debemos considerar. Si hemos distribuido muchos tratados, ¿cuántos los hemos distribuido en oración y cuántos los hemos seguido en oración?
“Y con mucha certidumbre”; a saber, mucha convicción plena. ¡Qué experiencia es esta! Una plena convicción del perdón de sus pecados, y de todos sus pecados. Corazones rebosantes de alegría, ¡mostrando así, por sus rostros felices, su paz con Dios, y de corazones llenos derramando verdades benditas! Es cierto que soy un extranjero aquí, pero el cielo es mi hogar. Estoy en mi camino a Dios. Dios, por el amor de Cristo, me ha perdonado.
Queridos maestros de escuela dominical, maestros de escuela diurna, superintendentes de escuelas, visitantes de distrito, visitadores de enfermos, repartidores de tratados, que todos aquellos con quienes tenéis que veros, vean que sois hombres y mujeres felices. Que los niños a quienes enseñamos o aquellos a quienes visitamos nunca pregunten: “¿Cree el propio Sr. Fulano algo de lo que me dice?”. Así que, amados hermanos míos, no esperéis fruto, a menos que habléis con poder, y en el Espíritu Santo, y con mucha certidumbre.
“Como vosotros sabéis qué clase de hombres fuimos entre vosotros”. Ninguna duda sobre esto, ninguna duda en cuanto a si el que habla, que enseña, quien visita, es un hombre de Dios o no. Me avergüenza que los hombres no sepan qué clase de persona soy. Si queremos saber qué clase de hombres debemos ser, leamos lo que Pablo dice de sí mismo en el segundo capítulo de la primera Epístola a los Tesalonicenses.
He hecho estas breves observaciones, en primer lugar, para que todos los que de alguna manera pretendemos servir al Señor, podamos ser alentados. No digamos que esto es demasiado, un logro demasiado alto. ¡Verdaderamente no lo es! No podemos esperar ser capaces de realizar milagros, ni tener el don de lenguas, ni el oficio de apóstol; pero podemos buscar confiadamente este poder espiritual, y no seremos defraudados.
Y, en segundo lugar, he hecho estos comentarios porque el tipo de servicio que he estado anunciando ahora es muy necesario. Oremos para que Dios, en las riquezas de su gracia, levante, como pastores y maestros, como evangelistas, como visitadores de distrito y distribuidores de tratados, como maestros de escuelas, etc., a hombres santos, que hablen no solo de palabra, sino también en poder, y en el Espíritu Santo, y en mucha certidumbre; y que por su manera de vivir se encomienden a la conciencia de los hombres.
Este sermón se trata de una traducción realizada por www.george-muller.es del documento original proporcionado por The George Muller Charitable Trust, fundación que sigue el trabajo comenzado por George Müller y que actualmente trabajan en Bristol, concretamente en Ashley Down Road, y que se dedica a promover la educación, el cristianismo evangélico y ayudar a los necesitados. Para más información, puedes visitar su web www.mullers.org