El secreto del servicio eficaz a Dios – Sermón #39

Un sermón de George Müller de Bristol
Por la bondad del Señor, se nos ha permitido entrar en otro año, y las mentes de muchos de nosotros sin duda estarán ocupadas con planes para el futuro, y las diversas esferas de servicio en las que, si nuestra vida no los permite, estaremos comprometidos. El bienestar de nuestras familias, la prosperidad de nuestros negocios, nuestro trabajo y servicio al Señor, pueden considerarse los asuntos más importantes a ser atendidos; pero, según mi juicio, el punto más importante que se debe atender es este: sobre todas las cosas, procurad que vuestras almas sean felices en el Señor. Otras cosas pueden presionarnos; la obra del Señor incluso puede tener demandas urgentes que requieran nuestra atención; pero repito deliberadamente, es de suma y vasta importancia que busquéis, sobre todas las cosas, tener vuestras almas verdaderamente felices en Dios mismo. Día a día busca hacer de esta la ocupación más importante de tu vida. Esta ha sido mi convicción firme y asentada durante los últimos treinta y cinco años. Durante los primero cuatro años después de mi conversión no supe su gran importancia; pero ahora, después de mucha experiencia, recomiendo especialmente este punto a la atención de mis hermanos y hermanas más jóvenes en Cristo. El secreto de todo verdadero servicio eficaz es el gozo en Dios y el tener una relación experimental y una comunión con Dios mismo.
Pero, ¿de qué manera alcanzaremos esta felicidad establecida del alma? ¿Cómo aprenderemos a disfrutar de Dios? ¿Cómo obtener en Él una porción tan suficiente que satisfaga el alma como para permitirnos dejar las cosas de este mundo como vanas y sin valor en comparación? Respondo: Esta felicidad se obtiene mediante el estudio de las Sagradas Escrituras. Dios se ha revelado en ella a nosotros en el rostro de Jesucristo.
En las Escrituras, por el poder del Espíritu Santo, Él se da a conocer a nuestras almas. Recuerda, no es un dios de nuestros propios pensamientos o nuestra propia imaginación con el que necesitamos estar familiarizados; sino el Dios de la Biblia, nuestro Padre, que ha dado al bendito Jesús para morir por nosotros. A Él debemos buscar conocer íntimamente, de acuerdo con la revelación que Él ha hecho de sí mismo en su preciosa Palabra.
La forma en que estudiamos esta Palabra es un asunto de la relevancia más profunda. La parte más temprana del día que podamos obtener debería dedicarse a la meditación en las Escrituras. Nuestras almas deben alimentarse de la Palabra. Deberíamos leerla, no para los demás, sino para nosotros mismos; todas las promesas, los estímulos, las advertencias, las exhortaciones, las reprensiones, deberían tomarse como para nosotros mismos. Especialmente recordemos no descuidar ninguna porción de la Biblia: debemos leerla con regularidad. Leer porciones favoritas de las Escrituras, con exclusión de otras partes, es un hábito que debe evitarse. Todo el volumen divino está inspirado, y debe leerse con regularidad por orden. Pero leer la Biblia así no es suficiente; debemos tratar de familiarizarnos íntima y experimentalmente con Aquel a quien las Escrituras revelan, con el bendito Jesús que se ha dado a sí mismo para morir en nuestro lugar. ¡Oh, qué porción permanente y que satisface el alma poseemos en Él!
Pero otro punto necesita ser remarcado aquí de manera especial: que busquemos habitualmente llevar a cabo lo que sabemos, actuar de acuerdo con la luz que hemos recibido; entonces seguramente se nos dará más. Pero si fallamos en hacer esto, nuestra luz se convertirá en tinieblas. Es de la importancia más profunda que caminemos con un corazón sincero, honesto y recto ante el Señor. Si se practica el mal, o se alberga y se confabula, el canal de comunicación entre nuestras almas y Dios (por el momento) se cortará. Es de suma importancia recordar esto. Las dolencias y debilidades se nos pegarán mientras permanezcamos en el cuerpo; pero esto es una cosa diferente de permitir voluntariamente el mal. Debo ser capaz, con un corazón verdadero, honesto y recto, de mirar a mi Padre Celestial a la cara y decir: “Aquí estoy, bendito Señor; haz conmigo lo que quieras”.
Entonces recordemos que somos sus mayordomos. Nuestro tiempo, nuestra salud, nuestra fuerza, nuestros talentos, nuestro todo, son de Él y solo de Él. Procuremos recordar esto, y llevarlo a cabo este año, y entonces ¡qué felices cristianos seremos todos! Es un principio divino: “Al que tiene, se le dará más”, y con la misma seguridad con que tratamos de hacer un buen uso de lo que se nos ha confiado, más se nos impartirá. Seremos usados por el Señor y seremos ser cada vez más felices en su servicio bendito. Hermanos, tenemos una sola vida, una vida breve; procuremos con renovado propósito de corazón consagrar esa única vida enteramente al Señor, día tras día para vivir para Dios y para servirle con nuestro cuerpo, alma y espíritu, que son suyos.
Que sea nuestra oración incesante, que a medida que envejecemos, no nos enfriemos en los caminos de Dios. A medida que avanzamos en años, no decaigamos en poder espiritual; pero asegurémonos de que se encuentre en nosotros un aumento de vigor espiritual y energía, para que nuestros últimos días sean nuestros mejores días.
Nuestra santa fe no consiste en hablar. “Realidad, realidad, realidad”, es lo que queremos. Trabajemos de corazón; seamos genuinos. ¡Hermanos! Debemos vivir para ser extrañados, extrañados tanto en la Iglesia como en el mundo, cuando seamos removidos. ¡Oh, qué rápido pasa el tiempo! Deberíamos vivir de tal manera que, si fuéramos llamados de aquí, nuestros amados hermanos y hermanas pudieran sentir nuestra pérdida, y desde lo más profundo de sus almas exclamar: “¡Oh, si tal persona estuviera entre nosotros otra vez!”. Deberíamos ser extrañados incluso por el mundo. Las personas mundanas deberían verse obligadas a decir de nosotros: “Si alguna vez hubo un cristiano sobre la tierra, ese hombre fue uno”.
Pero volvamos a las Escrituras. En ellas, mediante la enseñanza del Espíritu Santo, nos familiarizamos con el carácter de Dios. ¡Nuestros ojos se abren divinamente para ver qué hermoso Ser es Dios! Y este Padre celestial bueno, misericordioso, amoroso es nuestro, nuestra porción por el tiempo y por la eternidad y adorable. El Señor Jesús, que se entregó por nosotros, es aquel bendito, a cuya imagen y semejanza seremos conformados; y servirle debe ser nuestro mayor gozo y privilegio mientras permanezcamos en la tierra.
Pero entonces, cuando vienen la prueba y la aflicción; cuando Dios nos trata como si no fuera el Ser hermoso, bondadoso y misericordioso que se nos presenta en su Palabra, ¿nos quejaremos y nos desalentaremos? ¡Ay! No. ¡Amado en Cristo! Confiemos en nuestro Padre celestial; aferrémonos, como niños pequeños, enteramente a Él, reposando en la dulce seguridad de su inmutable y eterno amor. Recordemos cómo actuó con sus santos de antaño, cuál fue su trato con ellos; recordemos lo que está escrito acerca de su historia; porque ahora, como siempre lo ha hecho, Dios actuará con toda seguridad de acuerdo con su Palabra.
Este conocimiento íntimo y experimental con Él nos hará verdaderamente felices. Nada más lo hará. Si no somos cristianos felices (hablo deliberadamente, hablo con conocimiento de causa) algo anda mal. Si no cerramos el año pasado en un estado de ánimo feliz, la culpa es nuestra y solo nuestra.
En Dios nuestro Padre, y en el bendito Jesús, nuestras almas tienen un tesoro rico, divino, imperecedero, eterno. Entremos en posesión práctica de estas verdaderas riquezas; sí, pasemos los días restantes de nuestra peregrinación terrenal en una consagración cada vez mayor, devota y fervorosa de nuestras almas a Dios.
Este sermón se trata de una traducción realizada por www.george-muller.es del documento original proporcionado por The George Muller Charitable Trust, fundación que sigue el trabajo comenzado por George Müller y que actualmente trabajan en Bristol, concretamente en Ashley Down Road, y que se dedica a promover la educación, el cristianismo evangélico y ayudar a los necesitados. Para más información, puedes visitar su web www.mullers.org