Para salvar a los pecadores – Sermón #59

Un sermón de George Müller de Bristol
“Palabra fiel y digna de ser recibida por todos: Que Cristo Jesús vino al mundo para salvar a los pecadores; de los cuales soy el primero. Mas por esto alcancé misericordia, para que Jesucristo mostrase en mí, el primero, toda longanimidad, para ejemplo de los que han de creer en Él para vida eterna”
— (1ª Timoteo 1:15-16)
El primer punto que tenemos que considerar en este versículo es este, que la declaración de Dios el Espíritu Santo de que Cristo vino al mundo para salvar a los pecadores es una palabra fiel. Eso implica que no hay sombra de duda en cuanto al hecho de que “Cristo Jesús vino al mundo para salvar a los pecadores”. El asunto es tan cierto como que la tierra existe. El asunto es tan cierto como que Dios invariablemente dice la verdad, y nada más que la verdad. Está declarado en la Palabra de Dios, dada por inspiración; es decir, escrito bajo el poder inmediato de Dios el Espíritu Santo y, por lo tanto, es sin sombra de duda. Y nosotros, que somos creyentes en el Señor Jesucristo, deberíamos una y otra vez, mientras la vida continúa aquí en la tierra, tratar de sondear por todas partes, tanto como podamos, que es una afirmación completamente correcta, perfectamente verdadera la declaración de que “Cristo Jesús vino al mundo para salvar a los pecadores”.
El segundo punto con respecto a esto es que la declaración merece ser aceptada. Es “digna de ser recibida por todos”, leemos. Y tenemos, por lo tanto, que preguntarnos con respecto a lo primero: ¿Creemos en la afirmación de que “Cristo Jesús vino al mundo para salvar a los pecadores”? En segundo lugar, ¿Hemos recibido de corazón esta declaración, que Dios el Espíritu Santo hace por medio del Apóstol Pablo? ¡Pues de recibirla o no recibirla, depende la salvación de nuestras almas! ¡Oh, no lo tratemos a la ligera! No leamos simplemente y hablemos de ello, y tengamos ciertas nociones al respecto; no estemos satisfechos hasta que en lo más íntimo de nuestra alma hayamos recibido real y verdaderamente la afirmación de que “Cristo Jesús vino al mundo para salvar a los pecadores”.
Luego, el siguiente punto que debemos sopesar con respecto a nuestro texto es este: no se declara que Cristo Jesús nació en el mundo para salvar a los pecadores, aunque si se hubiera dicho así, habría sido perfectamente confiable, porque, en referencia a su humanidad, el Señor Jesucristo nació en el mundo. Pero aquí simplemente no se hace referencia a su humanidad, sino más particularmente a la declaración de que “Él vino al mundo para salvar a los pecadores”, se alude a su divinidad, su existencia antes de que Él fuera visto en la tierra. Entonces Él existió, porque Él es el Creador del universo, el Sustentador del universo, y Él existió desde la eternidad, porque no tuvo principio de días. Este es el punto particular que tenemos que poner en el corazón aquí:que Él vino al mundo para salvar a los pecadores”.
Y esto trae ante nosotros una verdad profundamente importante, acerca de la cual todos los creyentes en el Señor Jesús deben ser instruidos clara y distintamente. En el Mesías, en el Salvador de los pecadores, en Cristo, estaba unida la naturaleza humana y la divina. Era real y verdaderamente un hombre, como nosotros, con la única excepción del pecado. Nunca se encontró un solo pecado, en cuanto a acción, ni en cuanto a palabra, ni en cuanto a pensamiento, en nuestro Señor Jesucristo. Comió y bebió, durmió, durmió real y verdaderamente como nosotros, fue completamente humano como nosotros, excepto el pecado en todos los sentidos de la manera más perfecta. Era necesario que Él fuera real y verdaderamente humano para que en nuestro lugar, mediante el cumplimiento perfecto de la ley, pudiera obrar una justicia en la que pudiéramos ser aceptados ante Dios, a través de la fe en su Nombre. Por esta misma razón, era necesario que Él fuera humano como nosotros, que se sometiera a la Ley, para que pudiera cumplirla, y así traer justicia eterna al pobre pecador que confía en Él. Para que nosotros, a causa de Cristo, pudiéramos ser tenidos por justos por parte de Dios. Esto es sumamente precioso, y tenemos que reflexionar sobre ello una y otra vez, y ver clara y distintamente que podemos tener pleno consuelo bajo la conciencia de nuestros múltiples fracasos y defectos.
Además, era absolutamente necesario que Él fuera verdaderamente humano como nosotros, excepto el pecado solamente, para que, como ser humano, pudiera sentir, real y verdaderamente, el castigo que vino sobre Él como nuestro sustituto. Si el Salvador hubiera sido solo divino, y no verdaderamente humano también, no habría sentido el dolor y el sufrimiento al pasar por este valle de lágrimas durante treinta y tres años y medio, y especialmente cuando colgaba de la cruz, cuando sus preciosos manos y pies fueron traspasados con grandes clavos, y cuando derramó su sangre para la remisión de nuestros pecados. ¡Oh, cuán profundamente importante es considerar todo esto!
Luego, por último, era necesario que fuera verdaderamente humano, exceptuando solo el pecado, a fin de que, como nuestro gran Sumo Sacerdote, sintiera simpatía por nosotros, en nuestras pruebas, en nuestros sufrimientos, en nuestro dolor y en nuestra necesidad. Por estas razones, pues, era necesario que el Salvador de los pecadores fuera verdaderamente humano. Pero esto es solo un lado de la verdad. ¡El otro lado es que Él era al mismo tiempo tan real y verdaderamente divino como el Padre! Esto era perfectamente necesario, para que, en primer lugar, pudiera soportar todo lo que le sobrevino en relación con la hora de las tinieblas. Un simple ser humano, aunque perfectamente santo, perfectamente sin pecado, no podría haber sido capaz de soportar todos estos dolores, tormentos y agonías que le fueron acarreados, cuando, como nuestro Sustituto, llevó el castigo que nosotros merecíamos, por nuestras innumerables transgresiones. Por esta razón, era absolutamente necesario que el Salvador de los pecadores fuera divino, además de humano.
Además, era necesario que Él fuera divino para dar valor a su sangre preciosa, porque por ella no se salvaría un solo pecador, ni mil pecadores, ni un millón de pecadores, sino una multitud innumerable. Por lo tanto, esta debe ser la sangre del Dios-Hombre, Cristo Jesús, no meramente la sangre del hombre, Cristo Jesús, no meramente la sangre de Aquel que había nacido en Belén por la Virgen María, y criado en Nazaret como un hombre ordinario, sino el Dios-Hombre, el Creador del universo, el Sustentador del universo. Y así, por ser real y verdaderamente Dios, se le dio poder a esa sangre derramada para la remisión de nuestros pecados, ¡para salvar a una multitud innumerable! ¡Oh cuán preciosa la consideración de esto, para que tengamos pleno consuelo en el hecho de que Aquel que murió en la cruz derramó la sangre del Dios-Hombre, “la sangre de Dios”, como se dice en el versículo 28 del capítulo 20 de los Hechos de los Apóstoles.
Por último, era necesario que Él fuera verdaderamente divino, para que los poderes de las tinieblas no tuvieran la capacidad de derribar la obra expiatoria que nuestro precioso Señor Jesús comenzó en la tierra, y que ahora lleva a cabo en gloria. Si Él, nuestro Sustituto, hubiera sido meramente humano, aunque el más santo e inmaculado de los seres humanos, los demonios habrían buscado la oportunidad, sin vacilar ni un momento, de derribar esta su obra expiatoria; pero debido a que la obra expiatoria fue iniciada y es llevada a cabo por Aquel que es realmente Dios, Satanás, quien es una mera criatura, no puede anular la obra. Por lo tanto, la salvación de nuestras almas es cierta. Ahora, que los amados jóvenes discípulos procuren particularmente comprender claramente la necesidad de la verdadera humanidad de nuestro Señor, y la verdadera divinidad, como siendo absolutamente necesaria con respecto a la salvación de nuestras almas.
El siguiente punto que tenemos que considerar es que “Él vino al mundo para salvar a los pecadores”. Esta palabra está llena de consuelo en particular. Oh, qué hubiera sido de todos los que son creyentes en Cristo si no hubiera esta declaración. Si se hubiera dicho: “Él vino al mundo para salvar a la gente buena, que necesitaba algo de su ayuda; personas excelentes, que no eran del todo perfectas, y necesitaban un poco su ayuda”. Oh, entonces, ¿qué hubiera sido de los grandes pecadores como yo? No deberíamos tener consuelo. Pero simplemente se dice: “Él vino al mundo para salvar a los pecadores”. ¡Por lo tanto, ninguno está excluido, ya sean pecadores jóvenes o pecadores viejos, ya sea que hayan sido culpables de muchos pecados o de pocos! ¡Aquí no se hace excepción! “Él vino al mundo para salvar a los pecadores”. Eso implica incluso a los pecadores más viejos, a los más notorios, a los más empedernidos; los que han sido culpables incontables veces, aquellos cuyos pecados son más numerosos que los cabellos de su cabeza. Incluso los tales pueden ser salvados por Él. ¡Oh, qué precioso! Ningún pobre pecador está excluido, siempre que busque la salvación en la manera señalada por Dios, por medio del Señor Jesucristo. ¡Oh inefablemente bendito esto!
Ahora bien, lo que tenemos que hacer por nuestra parte, a fin de participar del beneficio de lo que el Señor Jesucristo ha hecho, como nuestro Sustituto, es primero ver la necesidad de un Salvador. Hay mucha gente que se tiene por muy buena, muy excelente, que mira con desprecio al borracho, al ladrón y al salteador, porque se tiene por muy buena y excelente gente. Confían en que con su buena vida y excelente conducta llegarán al cielo, sin saber que, con nuestras propias fuerzas, solo podemos prepararnos para el infierno. Pero de los miles y miles, decenas de miles que han estado en la tierra desde la creación, nunca se ha encontrado un solo individuo que por su propia bondad, mérito y dignidad, haya llegado al cielo. Por otra parte, innumerables individuos, por su propia bondad y mérito, se han ido al infierno, a la perdición, porque confiaron en su propia bondad, en lugar de confiar en Cristo.
Por tanto, lo primero, para participar de esta salvación preparada por el Señor Jesucristo para los pobres pecadores, es que veamos, clara y distintamente, que necesitamos un Salvador, que no podemos salvarnos por nuestra propia bondad, mérito y dignidad. En la Palabra de Dios, nuestra propia justicia se compara con trapos de inmundicia, y Dios no tendrá trapos de inmundicia en el cielo. Limpio, fino, lino blanco, sin mancha, es lo que Él requiere para su propia presencia. Repito, pues, lo primero, es que deseamos ser salvos por Jesucristo, es que nos vemos pecadores, vemos que necesitamos un Salvador, y que ponemos nuestra confianza solo en Él para la salvación. Si no podemos ver esto, debemos pedirle a Dios que nos lo muestre, y debemos leer su Palabra, en la que está claramente establecido, por ejemplo, en los primeros tres capítulos de la Epístola de Pablo a los Romanos, y en el segundo capítulo de la Epístola a los Efesios, además de un gran número de otras porciones, que todos los seres humanos, sin excepción, son pecadores. Entonces cuando lo vemos, tenemos que confesar ante Dios que somos pecadores, merecedores de castigo; y que hay que pedirle que se complazca, por el poder de su Espíritu Santo, en ayudarnos a poner nuestra confianza solo en Jesús para la salvación de nuestras almas. Así nos es traída la paz y el gozo en Dios; y cuanto más penetremos en ello, cuanto más claramente lo veamos y lo aprehendamos, mayor será la paz y el gozo en nuestras almas.
Después de que el apóstol Pablo hizo la declaración de que “Cristo Jesús vino al mundo para salvar a los pecadores”, agrega, “de los cuales yo soy el primero”. Esto no se pronuncia simplemente de manera descuidada o frívola. ¡Nada de eso! Esta es su segura y sincera convicción, que él era el mayor pecador, que él era el primero de los pecadores, porque nunca podía olvidar que había sido tan grande perseguidor de la Iglesia de Dios, que una y otra vez había golpeado a los creyentes en Cristo, que los había echado en la cárcel, que los había inquietado hasta que finalmente blasfemaron el Nombre de Jesús – al menos él había apuntado a eso, y no los dejaría ir hasta que hubiera hecho todo lo posible para obligarlos a hacerlo – y luego, por último, siempre que pudo, había procurado que los mataran. Ahora bien, por todo esto, que nunca pudo olvidar y a lo que se refiere una y otra vez en sus epístolas y en los Hechos de los Apóstoles, se llama a sí mismo “el primero de los pecadores”. Nosotros, de manera irreflexiva y frívola, podemos usar la misma expresión; pero debemos recordar que no fue así con el apóstol Pablo. Quiso decir lo que dijo al llamarse a sí mismo “el primero de los pecadores”.
¡Pero esto es solo uno de los lados! Aquí viene el otro lado. Obtuvo perdón, misericordia. “Sin embargo, por esto alcancé misericordia, para que Jesucristo mostrara en mí, primero, toda longanimidad, para ejemplo de los que han de creer en Él para vida eterna”. Lo primero que tenemos que observar con respecto a este segundo versículo de nuestro texto es que el Apóstol Pablo sabía que era un pecador perdonado, un pecador tratado con misericordia. Ahora bien, ¿cómo nos va a nosotros con respecto a este punto? Ahora me refiero particularmente a los creyentes. Si somos creyentes en el Señor Jesús, ¿Sabemos que somos perdonados? ¿Sabemos que cada uno de nuestros pecados es perdonado? ¿Que ni un solo pecado será traído contra nosotros de aquí en adelante, si somos creyentes en el Señor Jesucristo? ¿Que, por lo tanto, la única cosa odiosa que se interpone entre el pecador y su Dios, que es el pecado mismo, se deja a un lado? Que ante los ojos de Dios somos limpios, sin mancha, santos, porque somos perdonados. ¡Oh, qué precioso!
Camino arriba y abajo en mi habitación en oración y en meditación acerca de las cosas de Dios; ¡Salgo delante de Dios con este y con otro pecado, con muchísimos pecados de los cuales he sido culpable, y que Dios el Espíritu Santo me trae a la memoria! Pero siempre termino con “¡Estas, mis innumerables transgresiones, son perdonadas!”. ¡Todos mis pecados perdonados! ¡No queda ni un solo pecado sin perdonar! ¡Por lo tanto, estoy completamente reconciliado con Dios, y Dios se reconcilió conmigo! ¡Oh, qué precioso! ¡Y el resultado de todo esto es paz y gozo en el Espíritu Santo! No disminuido por el recuerdo de todas nuestras innumerables transgresiones, sino aumentado más y más, porque vemos más claramente el maravilloso amor de Dios por nosotros en Cristo Jesús.
Si hay un solo creyente presente que aún no sabe que sus pecados están todos perdonados, completamente perdonados, que ha obtenido misericordia de Dios, aunque sea un pecador, un gran pecador, que tal persona no descanse hasta que lo sepa por sí mismo, porque no hay paz duradera hasta que lleguemos a saber que todas nuestras innumerables transgresiones han sido perdonadas. No digamos que no podemos saber esto en la tierra; que debemos esperar hasta llegar al cielo. No, todo lo contrario. Es la voluntad de Dios que lo sepamos mientras estemos aún en el cuerpo, porque Él nos ha revelado clara y distintamente que todos nuestros pecados son perdonados si somos creyentes en Cristo, como está escrito en el versículo 43 del capítulo 10 de los Hechos de los Apóstoles acerca del Señor Jesús: “De éste dan testimonio todos los profetas, que todos los que en Él creyeren, recibirán remisión de pecados por su nombre”. Es decir, el perdón de los pecados.
Por la gracia de Dios, sé desde hace setenta y un años y cinco meses que todas mis innumerables transgresiones son perdonadas. Nunca he tenido cinco minutos de duda al respecto. Y el resultado ha sido paz y gozo en el Espíritu Santo. Así es cuando somos realmente capaces de penetrar plenamente en esto de que todas nuestras transgresiones son perdonadas. De ninguna manera tenemos que decir: “Oh, aquí hay un apóstol que escribe esto; pero no nos corresponde a nosotros, los creyentes comunes y corrientes, saber esto”. ¡Cada uno de los hijos de Dios puede saberlo! ¡Cada uno de los hijos de Dios debe saberlo! Deben saberlo, y no dar descanso a sí mismos hasta que lo sepan por completo.
“Por esta causa alcancé misericordia, en mí primero”. Este “primero” tiene un doble significado. Principalmente, para que se establezca en su caso un principio que sea un modelo de la larga paciencia del Señor Jesucristo; en segundo lugar, que en él, el primero de los pecadores, pueda mostrarse lo que Dios está dispuesto a hacer por todos y cada uno de los pecadores. ¡Ahora tratemos de aferrarnos a esto! El apóstol Pablo, el gran perseguidor que era cuando se llamaba Saulo, obtuvo el perdón pleno y completo de todas las innumerables transgresiones de que había sido culpable, para que se pudiera dar una muestra de lo que el Señor Jesucristo está dispuesto a hacer por el mayor, el más grande de todos los pecadores, dando especialmente ejemplo en perdonar a este vil perseguidor de los santos, Saulo, para que ninguno después de él se desespere en si será posible obtener el perdón de los pecados. De los cientos de millones de seres humanos ahora bajo el cielo, es imposible que pueda haber un solo individuo que sea demasiado pecador como para ser perdonado; porque él (Pablo) fue perdonado para ser una muestra de que en adelante nadie necesita desesperarse. ¡Oh este texto! ¡Qué hermoso! Si este edificio fuera de oro, o estuviera lleno de oro, ¡no sería nada en comparación con la preciosidad de este versículo! “Sin embargo, por esta causa alcancé misericordia, en mí primero” – en mí primero – “para que Jesucristo mostrase toda longanimidad”. ¡Eso es longanimidad al máximo, una muestra de lo que Él está dispuesto a hacer por todos y cada uno! “Para mostrar”, es decir, para ejemplificar, para probar, “a los que han de creer en Él de ahora en adelante”. ¡Oh, qué precioso! Que no haya, de todos los innumerables millones de seres humanos, un solo individuo que tenga base bíblica para decir: “Soy un pecador demasiado grande para ser perdonado”. Luego, por último, esta palabra: “Creer en Él para vida eterna”. Eso significa gozo y felicidad eternos; como “heredero de Dios y coheredero con Cristo” para compartir con Él la gloria, y ser indeciblemente felices por toda la eternidad, al participar de los ríos de placer a la diestra de Dios. Oh, meditad, meditad una y otra vez, y orad más y más sobre lo que está contenido en esta palabra: “Creer en Él para vida eterna”. Los placeres de esta vida, de este mundo, y las posesiones de este mundo están expuestas al cambio, y todo es vanidad. Es simplemente del mundo. Pero lo que recibimos en Cristo trae gozo eterno, felicidad eterna; ¡Alegría y felicidad que nunca, nunca, nunca serán quitadas!
¡Oh, orad por esto cada vez más! Tratad de comprenderlo más y más, y aferraos a ello cada vez más, más clara y distintamente de lo que lo habéis hecho hasta ahora, mis amados hermanos y hermanas jóvenes en Cristo. Dios nos lo conceda, por causa de su Nombre.
Este sermón se trata de una traducción realizada por www.george-muller.es del documento original proporcionado por The George Muller Charitable Trust, fundación que sigue el trabajo comenzado por George Müller y que actualmente trabajan en Bristol, concretamente en Ashley Down Road, y que se dedica a promover la educación, el cristianismo evangélico y ayudar a los necesitados. Para más información, puedes visitar su web www.mullers.org