Un jardín cerrado – Sermón #70

Un sermón de George Müller de Bristol
Un discurso pronunciado por George Müller en una conferencia de cristianos de varias denominaciones celebrada en Clifton, el martes 30 de septiembre de 1873.
Cantar de los cantares 4:12-16
Las pocas palabras, amados amigos cristianos, que tengo que decir esta noche, están relacionadas con la primera porción de la Sagrada Escritura a la que se ha dirigido nuestra atención, contenida en el Cantar de los Cantares, la porción sobre la que nuestro amado hermano ya ha hablado.
No es necesario repetir cuál es el objetivo de Dios al darnos el Cantar de los Cantares; todos lo saben, y nuestro estimado hermano se ha referido nuevamente a él. Pero debería estar en nuestro corazón el tratar de entrar en el significado espiritual de este libro tan precioso. No conozco ni una sola parte del testimonio divino que actúe más eficazmente como un termómetro espiritual, que muestre cómo es nuestro afecto por la Persona de nuestro adorable Señor Jesucristo, que esta pequeña porción de la Palabra llamada Cantar de los Cantares. Y esta parte a la que se dirige nuestra atención para considerarla en estas reuniones, si la consideráramos en lo que respecta a nosotros mismos, traería una abundante bendición a nuestras almas.
Ahora leamos una vez más este versículo; y, si Dios me ayuda, deseo hacer algunas observaciones, además de lo que ya se ha dicho. “Un jardín cerrado es mi hermana, esposa mía”. Se nos llama ‘esposa’, la más íntima de todas las uniones. ¿Cómo es esto, que estemos en la más íntima de todas las uniones? Por causa de ese profundo sueño de muerte que cayó sobre Jesús. Ese Bendito murió en nuestro lugar, para que podamos tener vida, para que podamos ser llevados a la más íntima de las relaciones con Él, para que podamos ser su esposa. Esta hermana es llamada un “jardín cerrado”, “un manantial cerrado”, “una fuente sellada”; se emplean estas tres diferentes ilustraciones. Un “jardín cerrado”. Permitidme observar aquí que el significado no es el que se suele usar habitualmente. Un “jardín cerrado”; la misma palabra jardín implica que está cerrado; una porción de tierra separada de otras, encerrada por un seto o muro o de alguna otra manera encerrada y posteriormente cultivada. Esto es lo que significa jardín. pero no se dice simplemente “jardín”, sino que hay algo agregado respecto al jardín, y es que está enrejado, bloqueado, cerrado, al igual que este manantial, esta “fuente sellada”. Este es el punto en particular: no que esta porción de tierra esté cerrada, sino que este campo cerrado es privado, no es accesible para todos. El dueño entra y sale cuando le place; tiene derecho a esta pedazo de tierra, este jardín. Está cerrado, bloqueado, enrejado, y no es accesible para todos. Solo el que selló la fuente puede romper el sello; y el que cierra el manantial puede romper aquello por lo que se encuentra encerrado, y puede participar de las refrescantes corrientes de esta fuente: ese es el punto particular. Ahora bien, ¿qué se entiende por esta figura de “un jardín cerrado”, “un manantial cerrado”, “una fuente sellada”? Somos propiedad de nuestro Señor, Él nos compró con su preciosa sangre; por tanto, somos suyos y no nuestros. El derecho al jardín es suyo, los cerrojos y las llaves son suyas, la fuente es suya, el manantial es suyo; todo pertenece a ese Bendito que nos compró con su preciosa sangre. ¿Sentimos en lo más íntimo de nuestra alma que todo lo que tenemos y somos pertenece al Señor? ¿Que Él compró nuestro ser, nuestros talentos y nuestro tiempo? ¿Sentimos que Él ha comprado nuestros ojos, nuestras manos y nuestros pies? ¿Sentimos que nuestras casas y tierras, caballos y carruajes, le pertenecen? ¿Que todo el dinero que tenemos es de Él, que nuestra profesión o negocio es de Él, que todo lo que poseemos y somos es de Él? ¡Oh, si en lo más íntimo de nuestras almas penetrase esto, qué hombres y mujeres cristianos deberíamos ser desde este momento en adelante.
Ahora, amados en Cristo, hemos venido aquí no para pasar una hora o dos divirtiéndonos, sino para que nuestras almas se vean más íntimamente afectadas, para que seamos más santos y devotos, completamente consagrados al Señor. ¡Oh, busquemos profundizar en este hecho glorioso de que el Señor Jesucristo nos ha comprado con su sangre preciosa, para que seamos suyos por completo, y no nuestros; y esto no solamente por esta noche o mañana, sino que todos los días de nuestra vida, nosotros y todo lo que tenemos y somos, pertenece al Señor. ¡Oh, pidamos a Dios que selle esto en nuestros corazones, y que lo haga así, desde esta tarde en adelante, para que nunca perdamos de vista esta verdad! Este es, a mi juicio, el gran punto práctico que el Espíritu Santo nos trae en esta porción.
Ahora leemos el siguiente versículo: “Tus renuevos son un vergel de granados, con frutos agradables; de nardo y azafrán, cálamo y canela, con todos los árboles de incienso, mirra y áloes con todas las principales especias”. ¿Qué es esto? El Señor Jesús entrando en su huerto, y la gracia con la que Él mira a su Iglesia, la gracia con la que ve a su esposa, su hermana; es el esposo capaz de deleitarse, gozarse y tener placer en lo que ve en su pueblo. Amados en Cristo, el gran punto práctico es: ¿Es así Él conmigo? Cuando estaba meditando sobre esta porción el domingo pasado por la noche, me dije a mí mismo: “Señor, deja que sea así conmigo; ayúdame para que sea así conmigo”. Oh, que así sea con nosotros individualmente, y que pueda ser así no solo de vez en cuando, en un momento en que estemos bajo una especial influencia espiritual o bajo excitación espiritual especial, como puede ser este mismo momento, sino en el día a día, desde el lunes por la mañana hasta el sábado por la noche, y durante todo el día, toda la semana y todo el año podamos vivir en el temor del Señor. Es precisamente esto lo que, con la bendición de Dios, hará un gran efecto sobre las conciencias de los inconversos. Cuando vean que hablamos en serio, que nuestra profesión de ser discípulos del Señor Jesucristo es real, cuando puedan decir: “Mira a ese hombre, él es el mismo cuando tenía veinte, o treinta, o cuarenta años”. Y así continúa ese hombre o mujer, día a día, semana a semana, mes a mes y año tras año, siempre en el temor de Dios, siempre poniendo a Cristo antes que a él. Oh, si así fuera con nosotros, amados en Cristo, ¡qué testimonio serían nuestras vidas a un mundo impío! Más que esto, ¡cómo deberíamos fortalecer las manos los unos a los otros en Dios! Somos todos miembros del Cuerpo, y cada uno tiene un deber que cumplir, a fin de que sus hermanos en la fe puedan ser ayudados. No debemos conformarnos simplemente con leer que Jonatán fue al bosque para fortalecer las manos de David, sino que debemos preguntarnos: “¿Fortalezco a mis hermanos y hermanas? ¿Les presto una mano amiga cuando son probados o están afligidos o débiles? Cuando caen, ¿busco fortalecer sus manos en Dios?”. Nuevamente en la epístola a los Tesalonicenses leemos: “Edificaos unos a otros así como hacéis”. ¿Nos edificamos unos a otros y buscamos animarnos y liderarnos unos a otros en el conocimiento de Cristo? ¿Cómo nos va en estos puntos? ¿Es cierto que nosotros no somos simplemente plantas y árboles, sino árboles frutales en el jardín del Señor? ¡Oh, amados en Cristo! ¿Es nuestra vida y la andadura del día a día un dulce perfume a Cristo? Preguntémonos y tratemos honestamente con nuestras almas esta noche; y antes de irnos, preguntémonos delante de Dios lo siguiente: ¿Es mi vida y mi comportamiento un olor grato a Cristo? ¿Refresco el corazón de mi bendito Señor? Así podría y debería ser, amado en Cristo. Oh, apuntemos a Él para que así sea, y preguntemos honestamente para que el Señor nos ayude. Con toda seguridad deberíamos experimentar el cumplimiento de la promesa del Bendito Señor Jesús, contenido en el capítulo decimotercero de Mateo, versículo duodécimo: “Porque todo aquel que tiene, se le dará, y tendrá en abundancia”. Y en verdad deberíamos experimentar la verdad de la preciosa declaración del apóstol Pablo: “Todo lo puedo en Cristo que me fortalece”.
El siguiente versículo, el decimoquinto, “Fuente de huertos, pozo de aguas vivas y arroyos del Líbano”. Esto es lo que el Señor Jesucristo dice además sobre la Iglesia: ella es una fuente de jardines. Eso significa una fuente en los jardines o una fuente como la que se encuentra en un jardín. “Un pozo de aguas vivas, y corrientes del Líbano”. El punto particular aquí, creo, que se pretende transmitir en cuanto al significado espiritual es este: el refresco que se pretende difundir por medio de la Iglesia. Recuerda bien esa declaración en el evangelio de Juan con respecto al Espíritu aún no dado, “que del creyente fluirían ríos de agua viva”. La Iglesia debería ser una fuente, un manantial de aguas vivas, un manantial que brota del Líbano. ¿Cómo nos va con esto? Si nos preguntamos ante Dios (y siempre debemos tratar honestamente con nuestro corazón), debemos decir: ¿Es el agua viva fluyendo de mí? ¿Soy yo el instrumento de Dios para transmitir bendiciones espirituales? ¿Ministro el Espíritu a otros con mi vida, conducta y palabras? ¿Con cuánta frecuencia ha sido así? O, ¿ha sido así en absoluto? Y en cierto grado, ¿es habitual? Lo que el Señor Jesucristo busca es esto: que dado que Él se ha complacido en darnos el Espíritu Santo, debería ser verdad en nosotros individualmente “que de nosotros fluyan ríos de agua viva”. Y yo diría que, si lo esperáramos más, deberíamos tener más; y si nuestra vida y caminar y comportamiento fueran más como los de un discípulo del Señor Jesús, deberíamos, por la gracia del Espíritu, refrescar a otros, y de nosotros verdaderamente brotarían “ríos de agua viva”, como era en el caso de los días de los apóstoles. El oficio de los apóstoles no lo podemos tener; y si alguno viniera y nos dijera que es apóstol, deberíamos decir de inmediato que es mentiroso. Pero ya que no podemos tener el oficio de los apóstoles, debemos buscar la gracia de los apóstoles. Puede ser cierto de los santos del Altísimo ahora en esta última parte del siglo diecinueve, como fue cierto en los días de Pablo, que de ellos”fluyen ríos de agua viva”. Y si, amados en Cristo aquí presentes, estuviéramos esperando esto, y orando por esto, que pudiéramos ser hombres y mujeres de los cuales “fluyeran ríos de agua viva”, deberíamos encontrar que verdaderamente el Señor es tan bueno como dice su palabra, y nos ayudaría y daría fuerza para que así fuera.
El último versículo: “Despierta, oh viento del norte; y ven tú, viento del sur; soplad sobre mi huerto para que fluyan sus especias aromáticas”. Posiblemente la forma en que entiendo este versículo pueda diferir de la forma en que uno y otro de mis amados hermanos lo entienda. El significado, como yo lo entiendo, es este: La iglesia responde y se deleita en dar alegría al corazón de su amado Esposo. La Iglesia desea refrescarlo con sus dulces aromas y agradables frutos, y dice: “Despierta, viento del norte; y ven tú, viento del sur; soplad sobre mi huerto, para que fluyan sus especias aromáticas. Deja que mi amado entre en su jardín y coma de sus frutos agradables”. Entiendo todo este versículo, y no simplemente sus últimas palabras, como una declaración de la Iglesia. La amada está hablando al novio para refrescar su corazón; y por eso los santos del Altísimo deberían siempre mirar hacia arriba y decirse a sí mismos: ¿Cómo puedo alegrar el corazón de mi bendito Señor? Él ha dado su vida por mí, ¿qué puedo hacer por Él? ¿cómo puedo servirle y glorificarle? Y para que nadie diga: “soy pobre, joven o no tengo mucho aprendizaje, he sido traído recientemente al conocimiento del Señor”, digo a todos los que son creyentes en el Señor Jesucristo, y participantes del Espíritu Santo, regenerados y renovados, que tienen que desear en su corazón refrescar y alegrar el corazón del Señor Jesucristo. Oh, nunca digamos: “No puedo hacer nada para alegrar el corazón a mi bendito Señor”. Podemos hacerlo, y el Señor Jesucristo busca que lo hagamos. Él ha dado la última gota de su sangre por nosotros, y pasó por todo lo que era necesario para nuestra salvación; y ahora Él está buscando que nosotros, por la parte que nos corresponde, busquemos su gloria y refresquemos su corazón, a cambio de todo lo que ha hecho por nosotros. Y resulta que así es que la Iglesia desea alegrar el corazón del Señor Jesús y dice: “Entre mi amado en su jardín y coma sus frutos agradables”.
Ahora note la respuesta del Bendito en el primer versículo del capítulo siguiente: “Entro dentro de mi huerto, hermana mía, esposa mía. He recogido mi mirra y mis especias; he comido mi panal y mi miel; he bebido mi vino y mi leche. Comed, oh amigos; bebed, sí, bebed abundantemente, oh amados”. Lo primero que noto aquí en particular es esto, que todo es “mi”, “mi”, “mi”, porque pertenecemos al Señor, y no tenemos nada en nosotros. Es mi especia, mi jardín, mi panal, mi miel, todo le pertenece al Señor Jesús. Y esto nunca debemos perderlo de vista, que por mucho que avancemos en el conocimiento y la gracia, sin embargo, debemos cada partícula de gracia y conocimiento al Señor. Nunca debemos pararnos ante un espejo espiritual y pensar en lo que hemos hecho, lo que hemos logrado, sino dar todo el honor y la gloria — no solo de palabra, porque eso es cosa pequeña —, sino en lo más íntimo de nuestras almas, a Él, quien es el único al que se le debe. El Señor Jesucristo lo reclama todo para sí mismo. Es mi jardín, mi hermana, mi esposa, mi mirra, mi especia, mi panal, mi miel; todo le pertenece.
Y luego, el final del versículo: “Comed, oh amigos, bebed, sí, bebed abundantemente, oh amados”. “Estar ebrios de amor”, como debería ser, o al menos podría ser traducido. Y aquí permitidme decir en particular, si hay una cosa más que otra a la que debamos apuntar, es al aumento del amor. ¡Oh! Cuando pensamos en ello, que existe la posibilidad de estar ebrios de amor, qué cosa bendita, bendita cosa que poner delante de nosotros, estar apuntando hacia esto: estar ebrio de amor, lleno de amor. Oh, amado en Cristo, sea este nuestro santo y piadoso objetivo. Estas benditas reuniones pueden ser grandiosos estímulos para que apuntemos hacia un aumento del amor. Ese es uno de los objetivos especiales por los que nos reunimos; no tanto para que podamos instruirnos unos a otros, sino para que podamos animarnos a aumentar el amor. ¡Oh, apuntemos a esto! “Dios es amor”. Y en la medida en que se nos ayude a crecer en amor, solo por eso, llegaremos a ser más como Dios.
Este sermón se trata de una traducción realizada por www.george-muller.es del documento original proporcionado por The George Muller Charitable Trust, fundación que sigue el trabajo comenzado por George Müller y que actualmente trabajan en Bristol, concretamente en Ashley Down Road, y que se dedica a promover la educación, el cristianismo evangélico y ayudar a los necesitados. Para más información, puedes visitar su web www.mullers.org