La buena batalla de la fe – Sermón #46

Un sermón de George Müller de Bristol
2ª Timoteo 4:7-8
El apóstol Pablo escribe a Timoteo en el versículo anterior: “Ya estoy listo para ser sacrificado, y se acerca el tiempo de mi partida”. Él, por así decirlo, encomendó el asunto a las manos de Timoteo, para que pudiera hacer todo lo posible para demostrar ser un sucesor en el trabajo y el servicio, diciendo: En cuanto a mí, estoy a punto de ser sacrificado por el bien del evangelio. Estoy listo para ser sacrificado, y el tiempo de mi partida está cerca. Y al hacer esta declaración hay como una mirada a la vida pasada, y el juicio al respecto es: “He peleado una buena batalla”, más bien, “la buena batalla”. Luchar en los juegos, correr en una carrera, son las metáforas aquí. Pero este luchar y correr implica vida. Mantener la fe implica que tenemos fe; en nuestro estado natural, esto es al revés. Naturalmente, estamos muertos en nuestros delitos y pecados, no tenemos vida espiritual, y por lo tanto no existe tal cosa como luchar contra el diablo, nuestras propias malas tendencias, los hábitos y costumbres del mundo; pero lo peor de todo es que no lo sabemos. Tenemos vida con respecto al cuerpo, con respecto a la mente. Teniendo vida en cuanto a la mente, podemos pensar; teniendo vida en cuanto al cuerpo, podemos usar nuestro brazo derecho o izquierdo, podemos movernos de un lugar a otro; pero espiritualmente estamos muertos en nuestros delitos y pecados. Y así es completamente imposible llevar a cabo una lucha espiritual. Todos necesitan ser vivificados espiritualmente, renacidos espiritualmente; esto es lo que todos necesitamos. Y por lo tanto, antes de meditar más sobre esto, debemos preguntarnos: ¿Estoy espiritualmente vivo? ¿O estoy muerto en delitos y pecados? Ahora hay cientos aquí que por la gracia del Señor Jesucristo han obtenido la vida espiritual, que han nacido de nuevo por medio de la fe en nuestro Señor Jesucristo. Pero hay muchos aquí que todavía están muertos en sus delitos y pecados, y que posiblemente no puedan pelear la buena batalla. ¿Y cuál es mi palabra para ellos? Lo que ha sido muchas otras tantas veces antes. Reconoced ante Dios que sois pecadores. Condenaos ante Dios como pecadores; y si no veis que sois pecadores, entonces leed atentamente los primeros tres capítulos de la Epístola a los Romanos, y si sinceramente deseáis ver lo que sois, Dios os lo mostrará. Veréis entonces que sois pecadores; y encontraréis en estos tres capítulos lo que Dios en su maravillosa gracia ha hecho por estos pecadores culpables, en que dio a su Hijo Unigénito, lo hirió, cargó en Él el pecado de todos nosotros, para que todos los que ponen su confianza en el Señor Jesucristo sean salvos, y no solo esto, sino que por esta misma fe en el Señor Jesucristo sean nacidos de nuevo. Es a través de la fe en el Señor Jesucristo que se produce este nuevo nacimiento según Gálatas 3:26: “Todos sois hijos de Dios por la fe en Cristo Jesús”; también, 1ª Juan 5:1: “Todo aquel que cree que Jesús es el Cristo, es nacido de Dios”.
Ahora bien, ¿es este el caso con respecto a todos nosotros? ¿Hemos visto todos que somos pecadores, y todos ponemos nuestra confianza en el Señor Jesucristo para la salvación de nuestras almas? Si es así, entonces tenemos vida espiritual, pero solo de esta manera podemos tener vida espiritual. No nos darán vida las ceremonias y celebraciones religiosas, ni siquiera leer la Biblia misma nos dará vida; aunque es correcto y apropiado que la leamos, pero eso en sí mismo no nos dará vida.
Ahora, cuando hemos creído en el Señor Jesucristo, entonces comienza la carrera. El apóstol Pablo, mirando hacia atrás muchos años, llegó a esta conclusión: Por la gracia de Dios he peleado la buena batalla. Después de esto, amados en Cristo, hemos de buscar; y no tenemos que decirnos a nosotros mismos: “Pero aquí hay un apóstol, y sin duda él peleó la buena batalla; pero en cuanto a mí, pobre pecador débil como soy, en muchos conflictos, expuesto a muchas pruebas, teniendo una grande familia que depende de mí, ¿cómo se puede decir de mí: he peleado la buena batalla?”. Si razonamos así, lo hacemos para deshonra de Dios. Tenemos que tener presente que el Señor Jesucristo es el Señor viviente, y que todo lo podemos en Cristo que nos fortalece, y es imposible decir hasta qué punto podemos ser ayudados mirándolo a Él y confiando en Él. Pablo pudo decirlo, no porque él era un apóstol, no porque no tenía pruebas, ya que tenía muchas pruebas y dificultades, no porque no tenía una mala naturaleza, sino fue porque este apóstol estaba profundamente consciente de su debilidad e impotencia, y miraba al Señor Jesucristo. Y si sois capaces, como este hombre de Dios, de mirar al Señor Jesús, reconociendo nuestra impotencia y nulidad, encontraréis cuán dispuesto está Él a ayudar y fortalecer. Pero los medios deben ser usados. Hay que buscar ser nutridos por la Palabra de Dios. Las personas que tienen que trabajar con sus cuerpos no pueden continuar por mucho tiempo a menos que tomen alimentos nutritivos en tiempos establecidos. El hijo de Dios tiene que asegurarse de que una y otra vez acuda a este bendito libro para nutrir al hombre interior. No es la voluntad del Señor que estemos veinticuatro horas leyendo este bendito libro de rodillas. A los hijos de Dios se les asigna trabajo o servicio, y por esto se mantienen en un estado saludable. Recuerdo que un hermano piadoso me dijo hace cuarenta y dos años: “Obtén alimento para tu alma de la Palabra de Dios, y luego trabájalo”. Esto es profundamente importante. Debemos procurar leer la Palabra de Dios para ser nutridos y fortalecidos para nuestro servicio. Debemos servir a Dios con la fuerza que Él nos ha dado: la madre en su familia, el cabeza de familia en su negocio, haciendo todo para la gloria de Dios, buscando en Él ayuda y bendición. Y así, cada uno de nosotros, en nuestras diversas posiciones, deberíamos buscar trabajar para Dios con la fuerza que Él nos ha dado. Y si alguien descuidara habitualmente la lectura de la Palabra de Dios, que tal persona esté segura de esto, muy pronto descubrirá cuán poco es capaz de resistir al diablo y las corrupciones internas. Ahora, pues, procuremos particularmente recordar esto; porque juzgo que aunque la oración es de suma importancia, sin embargo, esto es tan o más importante que la oración misma: porque cuando oramos a Dios, hablamos a Dios; pero cuando leemos las Escrituras, Dios nos habla, y esto es lo que tanto necesitamos. Además de esto, tenemos que esperar respuestas a nuestras oraciones; tenemos que esperar que la próxima vez que venga la tentación, no seremos vencidos, sino que Dios nos ayudará con el poder de su Espíritu en el hombre interior. Y este punto en especial debe ser remarcado: cuando hemos encontrado algo en las Escrituras que buscamos honestamente llevarlo a cabo. Aquí hay un peligro especial. Podemos ver clara y distintamente cuál es la voluntad de Dios, pero podemos decir: Esto es muy difícil, esto está muy en contra de mis inclinaciones naturales. Si decimos: no me gusta esto; entonces nunca haremos las cosas que están de acuerdo con la mente de Dios. Pero digámonos a nosotros mismos: ¡Oh, qué maravilloso amor me ha mostrado Dios al darme a su Hijo para que muriera por mí! ¿Qué puedo hacer por Él? Aunque sea poco, dejadme hacer ese poco. Tenemos que mirar continuamente a la cruz de Cristo; tenemos que admirar el amor de Dios al dar a su Hijo, y admirar el amor de Dios al enviar su Espíritu a nuestros corazones, y al recordarlo seremos fortalecidos para salir adelante contra los poderes de las tinieblas, y así, no solo comenzando, sino continuando semana tras semana, mes tras mes, año tras año, será cierto para ti y para mí también al final: “He peleado la buena batalla”. Han fallecido decenas de miles de verdaderos hijos de Dios, de los cuales era verdad que habían peleado la buena batalla. ¿Por qué no debería ser verdad para ti y para mí, amados en Cristo? Y, ¡oh, si esto estuviera ante nosotros! – Una eternidad de bienaventuranza, el gozo, la corona nos espera por la eternidad, los ríos de su complacencia, para ver al Rey en su hermosura, para pasar una eternidad feliz en la presencia de Jesús.
El apóstol Pablo añade además: “He terminado mi carrera”. Esto se refiere a la práctica en juegos de correr, y aplica lo que todos sabían a su cursi espiritual. Así como la gente del mundo pasó por grandes penalidades y dificultades para poder tener el premio y la corona, que en muchos casos no era más que una corona de hojas de perejil, y para ser admirados como los ganadores; del mismo modo el apóstol corrió en una carrera, y con toda firmeza, y con toda oración, y manteniendo su cuerpo bajo control. y al final terminó su carrera. Ahora, amados en Cristo, que sea presente para nosotros que todos tenemos que correr nuestra carrera. Nuestro servicio no es todo igual. Tenemos diferentes trabajos, diferentes labores; Dios mismo nos pone en nuestra posición, conoce nuestras dificultades, nuestras pruebas, nuestras tendencias naturales. Él designa nuestro trabajo. El bendito Jesús está listo para hacer por nosotros individualmente lo que hizo por ese hombre de Dios, Pablo, cuando dijo: “En mi primera defensa nadie estuvo conmigo; sin embargo, el Señor estuvo conmigo y me fortaleció”. Así que, cualesquiera que sean las pruebas, podemos contar con ese Bendito. Así pues, a partir de esta tarde en adelante, lleguemos a este propósito santo y piadoso: con la ayuda de Dios, con renovado fervor buscaré emprender la carrera. ¡Oh, honremos al Señor pidiéndole fortaleza, esperando grandes cosas de sus manos! “He terminado mi carrera”. Juan el Bautista terminó su carrera; David terminó su carrera; Pablo terminó su carrera; y muchos otros, ¿y por qué no tú y yo? ¿Por qué no deberíamos correr con éxito para el honor y la gloria de Dios? La tentación es que no decaigamos, que no nos cansemos. ¡Ay! Pero los ángeles miran, y los demonios miran, y los ojos del mundo miran; por lo tanto, amados en Cristo, que sea nuestro deseo ferviente y devoto, como fue el deseo de este hombre de Dios, terminar nuestra carrera. Apuntemos a la gracia de los apóstoles, aunque no podamos tener el oficio de los apóstoles. “He guardado la fe”. Esto a primera vista podría parecer como si el apóstol Pablo se atribuyera mucho a sí mismo. Pero no había jactancia en este hombre de Dios al respecto. Sabemos muy bien, una y otra vez, lo que dice de sí mismo: Indigno de ser llamado hijo de Dios. Esta era la mentalidad humilde de este hombre de Dios. Esto podría ser igualmente cierto para nosotros. Porque mientras que, por un lado, no podemos hacer nada con nuestras propias fuerzas, sin embargo, si usamos los medios señalados, será cierto para nosotros. Un punto especial es mantener una buena conciencia, de lo contrario corremos el peligro de naufragar en la fe. Manchada la conciencia, nos debilitamos espiritualmente. Siempre que caigamos en algo contrario a la voluntad de Dios, debemos confesarlo, y recurrir a la sangre de Cristo, y no continuar en ella, para no contaminar la buena conciencia. Ahora bien. este hombre de Dios podía decir: “En esto me esfuerzo por tener siempre una conciencia libre de ofensas hacia Dios y hacia los hombres”. Esto pudo decirlo cuando estuvo ante el rey Agripa; y al leer la vida de este bendito varón de Dios, encontramos que aunque era un pobre pecador, se ejercitó en esto para mantener una buena conciencia ante Dios. Apuntemos a ello, amados en Cristo. ¿Qué está implícito en esto? Me he mantenido pendiente de Cristo, confiando en Cristo, para la salvación de mi alma. Soy un pobre pecador miserable, pero miro al Señor Jesucristo como la base de mi aceptación ante Dios. Soy un hijo de Dios, un heredero de Dios, y compartiré la gloria al final.
Y ahora el resultado de correr la carrera, pelear la batalla, mantener la fe: “De ahora en adelante me está guardada la corona de justicia, la cual el Señor, juez justo, me dará en aquel día; y no solo a mí, sino también a todos los que aman su venida”. Palabra notable es esta: “Corona de justicia guardada para mí”. Es como si estuviera bajo la custodia de Dios. Dios se está ocupando de eso; Él bajo ninguna circunstancia la va a perder. Y esto es lo que nos aguarda también con respecto a nosotros. Ser reconocidos ante el universo como alguien digno de la corona; ante el universo, cuando la manifestación de los hijos de Dios tenga lugar, este hombre de Dios quisiera que se le concediera esta corona.
Y así será para aquellos que aman la expectativa de su aparición. No solo al apóstol, o Pedro, o Esteban, sino a todos los que aman su venida. Ahora tenemos que preguntarnos, ¿cómo está mi corazón con respecto a la venida del Señor Jesucristo? ¿Deseo que Él venga? ¿Anhelo verlo? ¿O no me preocupo por Él? Si estamos en nuestros pecados, no podemos desear ver a una persona como el bendito Señor Jesucristo. Aquellos que no lo aman, si honestamente dijeran lo que piensan, dirían: “Desearía no tener la necesidad de encontrarme con Él en absoluto”. Pero todos los verdaderos creyentes de corazón honesto, aunque no estén libres de pecados, aman la sola idea de estar por fin con Jesús, de estar libres del pecado como Jesús, y por lo tanto la perspectiva es preciosa para sus almas. Ahora todos los que aman la aparición de nuestro Señor Jesucristo, tendrán la corona de justicia tanto como el apóstol Pablo. Esta es la perspectiva que tenemos. Se acerca el día de la manifestación de los hijos de Dios. El Señor Jesús señalará a éste y a aquél, y dirá: Este es mi discípulo. ¿Será esto cierto para todos nosotros? ¿Estaremos todos los aquí presentes en posesión del Señor Jesús, para recibir la corona de justicia? Supongamos que la venida del Señor Jesús tuviera lugar ahora, ¿en qué estado nos encontraría? ¿Preparados o no preparados? Ahora todo el que no está preparado tiene que decirse a sí mismo: “No amo estar con Jesucristo”; esto prueba que el corazón no está bien. Cualquiera que ama a Jesús, desea estar con Él. Este no fue el caso una vez con el apóstol; sin embargo, mira cuán grande fue el cambio. Ahora, lo que Dios hizo por este gran pecador, Él está dispuesto a hacerlo por cada pecador no convertido aquí. Cree solamente en el evangelio de Dios; este es el gran remedio.
Este sermón se trata de una traducción realizada por www.george-muller.es del documento original proporcionado por The George Muller Charitable Trust, fundación que sigue el trabajo comenzado por George Müller y que actualmente trabajan en Bristol, concretamente en Ashley Down Road, y que se dedica a promover la educación, el cristianismo evangélico y ayudar a los necesitados. Para más información, puedes visitar su web www.mullers.org